20 de abril de 2019

La cicatriz





LA CICATRIZ




“No hay nada como el amor auténtico de una mujer para fortalecer y curar el alma herida de un hombre”.


Refrán Rebelis. 


— Si encontrase Sillmarem las cosas serían mucho más fáciles –dijo el Conde visiblemente molesto-. No puedo creer que no aparezca en ningún sitio. Parecen invisibles, maldita sea.

— Pero Señor, aunque no lo encontréis, conseguiréis vuestros propósitos –dijo Mesala para calmar su ánimo.

— De eso estoy seguro, querido Mesala. Simplemente, me molesta no ser capaz de encontrarlo. Por cierto, ¿se sabe algo de Itsake?

— Todavía no, Señor. Es pronto. 

— En cuanto llegue, quiero verla. ¿Y el comando que envié a Ravalione?

— Todo va según lo acordado –respondió Mesala con satisfacción.

— Perfecto. Haz los preparativos, mañana volvemos a Thanos. Aquí ya no hay nada que pueda necesitar. 

— Como ordenéis, mi Señor.

— Al final parece que voy a tener que recurrir a formas más drásticas para encontrar ese condenado planeta. Mesala, quiero que envíes un comando para que vaya a Liberniare y me traiga a Navinok. 

— Sí, Señor.

— Que no se olviden de ir con uniformes imperiales. Es importante que parezca otra de las acciones de la nobleza del Imperio.

— Como ordenéis, Sire, pero ¿no será demasiado complicado atrapar a Navinok? Es un guerrero excelente.

— Lo sé, pero son pocos los que poseen la localización de Sillmarem y, lamentablemente, no puedo ir a por Stephan Seberg. Como Premier de Sisfron está mucho más vigilado. Solo iría a por él en caso de que la situación fuese desesperada, y por ahora no lo es. Además los Homofel, al no tener un gobierno establecido no podrían iniciar los cauces políticos necesarios en caso de que pretender exigir responsabilidades por el secuestro de uno de sus líderes. Esa es nuestra mayor ventaja –explicó el Conde. 

— Entendido, Señor. Me encargaré de todo.

— Acabaré consiguiendo esa información. Al fin y al cabo esto es una lucha de poder, algo tan antiguo como el hombre desde que empezó a ser consciente del poder del intelecto y la superioridad que éste le confirió sobre el resto de las criaturas que le rodeaban— dijo el Conde observando detenidamente el destello de uno de sus anillos a la luz de una lámpara de cristal, jugueteando a capricho con el reflejo provocado por la misma-. Una lucha de poder en la que el bien y el mal, tal como los conocemos, pasan a un segundo plano.

Mesala asintió en silencio. 

— Para nuestro difunto Imperator la lucha de poder sólo equivalía a dos resultados posibles, la victoria o la derrota. Nada más y nada menos— razonó el Conde, pensativo.

— Es una forma simplista de enfocar la realidad.

— Por fortuna Mesala, yo te consiento cierta libertad de pensamiento que te hace de lo más útil para mi conveniencia, pero no olvides que cualquier aristócrata que escuchase esas palabras te tacharía de traidor sin la menor duda. Sé cauto.

— Ruego disculpéis mi atrevimiento, sólo quiero serviros de la mejor manera que sé, y es diciéndoos lo que pienso. Aunque tomaré buena cuenta de vuestro consejo, mi Señor— dijo Mesala con mansedumbre.

— Lo hago por tu bien y el mío, desde luego.

— Os quedo profundamente agradecido, Señor.

— No puedes atacar los principios que han hecho grande nuestro Imperio. No se pueden juzgar todas las acciones bajo el prisma del bien y el mal, sino que se deben valorar en base al grado en que te han acercado a tus propósitos. Incluso yo he sido víctima de las intrigas de mi difunto tío, y no por ello le guardo rencor. Esto es sencillamente una cuestión de supervivencia, y él no supo sobrevivir. 

— Vos habéis sabido forjar vuestro destino, mi Señor. Yo soy testigo de ello— respondió Mesala con legítima admiración.

— Mi buen Mesala, cuando un ser humano ha alcanzado el máximo de sus aspiraciones personales y ha tocado, por así decirlo, la eternidad con la yema de los dedos, alcanzando su meta, tiende a convertirse en lo opuesto de lo que es o aspira ser, creando el entorno que le rodea a su imagen y semejanza, llevándole inmediatamente a la autodestrucción así como a la de todo lo que haya a su alrededor. Eso es algo que mi tío ignoró y que Sillmarem parece no darle la importancia que merece. Si estudias la caída de las antiguas civilizaciones comprenderás cuáles son los verdaderos fines del Imperio y, de ese modo, podrás vislumbrar cuáles son sus puntos débiles.

— Entonces, ¿qué se puede hacer para evitar el desastre? 

— Sólo existe una posibilidad de escape de ese final. ¿Ignoras cuál?

— Sí, lo ignoro. Decídmelo vos, Sire— pidió Mesala. 

— Hallar una nueva meta o…

— ¿O…?

— La consciencia de la propia mortalidad. La certeza de que llegará un día en que se será pasto de los gusanos, cerrándose el final de una vida simple y llanamente humana. Solo cuando un hombre es consciente de su mortalidad y de su propia fragilidad como ser imperfecto que es, puede parar a tiempo su pérdida de contacto con la realidad y asumir plenamente sus responsabilidades siendo totalmente consciente de sus acciones y de sus consecuencias. De lo contrario, el final es su perdición— dijo el Conde-. De hecho, los antiguos césares romanos, el día de su nombramiento y triunfal desfile, llevaban a su espalda un sabio recordándole que eran mortales, y aun así, ellos mismos propiciaron su caída. Por eso hay que tener mucho cuidado con el Príncipe de Sill, ya que puede ser un adversario más peligroso de lo que parece. Solo espero que el elixir no haya alterado su proceso de maduración normal y que permita que la Naturaleza haga su trabajo. 

— Los Delphinasills sabían que pretendíais crear una nueva raza exenta de las debilidades normales propias de los seres humanos. Crear seres más fuertes, más inteligentes, creativos, rápidos y desconocedores del miedo o el dolor.

— En efecto. Por eso, cuanto más estables sean, más difícil será derrotarlos –aclaró el Conde.

— Sería interesante que se dejasen llevar por sus emociones, ¿no es así? –preguntó el senescal.

— Sí. Si el elixir no ha cambiado el desarrollo habitual, antes o después sufrirán los cambios emocionales que cualquier ser humano atraviesa durante su vida, y quizás sientan la necesidad de perpetuarse. Quién sabe si la siguiente generación de seres inmortales no ha nacido ya, y nosotros aún no lo sabemos.

— Si fuese así, ellos estarían haciendo el trabajo por vos. 

— Exacto, si conciben hijos, sí. Crearían, sin proponérselo, una nueva raza. Irónico, ¿verdad? Lo que pretenden evitar, ellos mismos lo crearían motivados por la pérdida progresiva de su humanidad— dijo el Conde con interés. 

— Vos también podríais tener un heredero si recuperáis el elixir –sugirió Mesala, dubitativo.

— ¿Un heredero? ¿Yo? No, mi querido Mesala, yo no. No tengo el más mínimo interés en que nadie me suceda en el futuro, porque mi intención es estar en él. No pienso marcharme jamás.

El Conde Alexander Von Hassler casi nunca se permitía el lujo de recuperar los recuerdos de su memoria, salvo en raras ocasiones en las que dejaba que la profunda cicatriz que había en su alma se reabriera para no perder la causa que le recordaba ser lo que era, hacer lo que quería hacer y vivir como quería vivir. El recuerdo de su padre sujetándole la mano, siendo él muy joven, era increíblemente nítido para él. Y sus palabras, aquellas palabras dichas por una voz fuerte cuya vida se apagaba con rapidez, resonaban como el eco en su mente: "Alexander, hijo mío, no te traiciones nunca a ti mismo". Unas palabras que fueron dichas por un hombre de mente brillante que la mayor parte de su vida se había centrado en la búsqueda de la verdad. Un genio científico obsesionado por prolongar la vida de una esposa postrada por una dolorosa y cruel enfermedad que atacaba primero la carne, después la mente y, por último, la cordura y el espíritu. Durante años, Héktor Von Hassler exploró, incansable, una cura o la creación de un elixir, un regenerador celular que prolongara la vida hasta límites impensables, lo cual ocultaba no sólo un profundo temor a la vida, sino también a la muerte. Enloquecido por el dolor de la agonía de su esposa, vivía ajeno a las intrigas del Imperio y de su hermano, el Imperator Viktor Raventtloft I. En cierto modo era, en sí mismo, un espécimen extraño incluso para su propia familia, con una obstinada integridad basada en su insaciable búsqueda de la verdad en el mundo que le rodeaba. El Conde no olvidaba las largas noches de estudio de su padre en su laboratorio de Thanos, ni sus interminables viajes sin un propósito aparente. Su independencia y discreción habían despertado las envidias de la corte y no pocos le veían como un candidato potencial al trono de las dos águilas de platino. Incluso su hermano le temía, conocedor de su gran capacidad organizativa. Por ello, tras su muerte, una muerte cuya versión oficial fue fallecimiento por depresión y que, sin embargo, había sido organizada por el Imperator, el Conde pasó a estar bajo el tutelado de su tío. Quería tenerlo controlado muy de cerca. Y de ese modo, Alexander tuvo que desarrollar un agudo instinto de supervivencia dentro de su familia, en un mundo increíblemente hostil, convirtiéndose en un instrumento útil para su tío. Su padre siempre había tratado con integridad, inusual en el Imperio, a todo el que se había cruzado en su camino y ¿el resultado? El resultado fue una esposa crudamente castigada por las leyes de la naturaleza; él asesinado por los intereses ajenos, por decir siempre la verdad, por vivir siempre con la verdad, traicionado por los suyos, por las gentes a quienes había brindado su confianza; y su hijo condenando a ser un paria entre la corte. Ese era el pago que recibía la honradez en el Imperio.

No pocas veces el Conde había tenido que eludir las trampas urdidas por su tío para quitarle de la escena política imperial. Lo irónico era que, de no ser por el asesinato de su padre, jamás se habría interesado por las luchas de poder, ya que si algo había heredado de su progenitor, era su innato anhelo por saber la verdad, la esencia de cualquier cosa. Sin embargo, se había visto arrastrado por esa vorágine que representaba el hombre y su insaciable codicia. 

Si por él hubiera sido, habría permanecido viviendo una vida anónima entregada al estudio y la reflexión. Por todo ello, y por todo lo que había padecido, en aquel momento se reafirmó en su propósito más que nunca. Ningún hombre volvería a controlar su destino ni su razón de ser ni de vivir. Su heredado pánico a la muerte se vería vencido por su portentoso elixir de Vitava. Al fin liberaría a los hombres de sí mismos, recordándoles que hacía ya mucho tiempo que habían perdido el derecho de regir sus propias existencias. Él sería un ser que no tendría que preocuparse nunca por la muerte, un ser con el poder suficiente como para controlar su destino.

–Condenado muchacho— murmuró el Conde pensando en Valdyn-. Recuperaré mi elixir.

El Conde se dejó caer en un cómodo sofá cerrando los ojos y sumergiéndose en un profundo sueño. Mesala salió con mucho tiento de la habitación; las panteras dientes de sable velaban fielmente por la seguridad de su dueño, tumbadas una frente a la otra. En breve, abandonaría Mederenor para volver a su planeta natal y disponer todo para cumplir con su plan. Sabía que esta vez, nadie le impediría alcanzar sus objetivos. 
















































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