20 de abril de 2019

SOSPECHAS




(Stephan Seberg)


SOSPECHAS





“Todo pasa, salvo la eternidad”.

Conde Alexander Von Hassler. 

(La soledad del poder)



Stephan Seberg, Premier de los Sistemas Fronterizos y líder de los clanes Rebelis, se encontraba cómodamente sentado, sintiendo cómo el respaldo de su levita-sillón se adaptaba como una segunda piel a los cambios posturales de su cuerpo, irradiando ya fuera calor o frío según lo necesitase su organismo y masajeando las partes más sobrecargadas por el estrés de sus quehaceres cotidianos. 

Su despacho en el planeta capital Zaley-te era, quizás, un destello material de lo que discurría por su mente en los últimos tiempos. Infinidad de proyectos, mapas y trabajos salpicaban su mesa repleta de holopantallas circulares que descargaban todo tipo de estadísticas y datos. Hileras completas de crista-libros, enciclopedias y amplios holovolúmenes que saturaban hasta el último rincón de su habitación. Aun así, quedaba hueco para un pequeño retrato-luz de su difunta esposa y su hija Sarah

La costosa reconstrucción una década después de la guerra de conquista iniciada por el último Imperator, Viktor Raventtloft I, había sido una ardua tarea que parecía, poco a poco, convertirse en una realidad. Y ahora, de nuevo, la esperanza de construir un futuro para su pueblo parecía palpitar en su interior aunque con matices, ya que los últimos informes recibidos sobre movimientos imperiales en las montañas de Nemus-Iris le estaban haciendo revivir aquellos días en los que se vio obligado a abandonar su planeta para evitar el exterminio de su pueblo.

Sabía que era ilógico que las tropas imperiales atacasen posiciones de los Sistemas Fronterizos, y más teniendo en cuenta quién regentaba el Imperio en esos momentos. De todos modos, aunque no tuviera mucho sentido, lo cierto era que esas noticias requerían de su intervención directa. Una intervención que comenzaría después de que solucionara lo que en aquel instante le ocupaba, y es que Stephan aguardaba a un invitado de una índole muy especial.

Durante su espera el Premier no podía evitar que su cabeza se sumergiera, una y otra vez, en profundas cavilaciones que, después de mucho tiempo adormecidas, despertaban, atosigando a su alma, quitándole una paz que a su juicio tenía bien merecida después de tantos años de esfuerzo y lucha. Para colmo de males, la gota que colmaba el vaso, era lo que su intuición le advertía a gritos. El Conde Alexander Von Hassler, el auténtico instigador de los males de su pueblo, tramaba algo y sabía que no era nada bueno en absoluto. Su exilio político distaba mucho de inhabilitar sus portentosas facultades para la intriga y la lucha de poder. En cierto aspecto, admiraba su extraordinaria capacidad creativa y estratégica. Era un genio sin la menor duda y, por ello, un letal peligro que debía ser neutralizado lo antes posible. Si otros no lo querían hacer, lo haría él mismo aunque fuese con sus propias manos. No se podía permitir que el destino de tanta gente dependiese de los caprichos de aquel monstruo político. 

Stephan sopesaba tales consideraciones enlazadas por su mente cuando la voz de uno de sus lugartenientes de confianza, su fiel Mutan-Tay, reclamó su atención por el intercom.

— Mi Señor lamento interrumpiros en vuestras labores, pero Navinok acaba de llegar. 

— Hazle pasar, por favor.

Mutan-Tay lo acompañó hasta el despacho y ordenó retirarse a los guardias Rebelis que custodiaban la puerta, ofreciendo la entrada a su exótico huésped tras abrir la cerradura con la palma de la mano. No pudo evitar observar de reojo la espectacular silueta de aquel guerrero Homofel. Musculoso y elástico, su apariencia humana desmentía que parte de su origen fuera animal y salvaje. Aunque su actitud, siempre alerta, no carecía ni de consideración ni de buenos modales. Stephan salió a su encuentro con una sonrisa.

— Buenos días, sed bienvenido, poneos cómodo si gustáis— invitó Stephan señalando un levito-sillón igual al suyo-. Puedes retirarte Mutan-Tay.

— Como deseéis, mi Señor— dijo Mutan-Tay que, tras cerrar de nuevo la puerta, montó guardia cuidándose mucho de que el Premier no fuese molestado en aquella entrevista secreta.

— Espero que hayáis tenido, al menos, un viaje agradable— comentó Stephan sirviendo una taza de té aromático como prescribían las costumbres de hospitalidad Rebelis.

Navinok, conocedor de las mismas, lo aceptó en silencio bebiendo un sorbo como muestra de confianza; Stephan asintió en silencio.

— Sí, ha sido un viaje largo pero instructivo. Miklos me informó de que requeríais mi presencia con urgencia. Dijo que poseíais información de utilidad para mí. De ser así, justificaría el tiempo y esfuerzo invertidos en este viaje –cortó, con cierta brusquedad, Navinok. 

Stephan sonrió; tal como le había advertido Miklos, el tío de Valdyn Sillmarem, un Homofel nunca decía dos palabras cuando podía usar un solo gesto, y no daba dos pasos cuando sólo con uno le bastaba.

— Es cierto. Creo que la información que he obtenido puede ayudaros. ¿Acaso es un mal momento? Si teníais algún asunto importante entre manos…

— Estad tranquilo –interrumpió Navinok-. Tenía pensado iniciar un viaje al norte de Liberniare, a las montañas, pero no es algo que no puedan hacer otros.

— Entiendo y lamento si mi llamada os ha podido causar inconveniente alguno.

— No tenéis por qué disculparos. ¿Cuál es esa información? 

— Vaya, veo que no os andáis con rodeos. Sea pues, iré al grano. 

Navinok asintió en silencio de nuevo. 

–Mis agentes han obtenido información sobre los experimentos de Septem en Jurak-7. Como bien sabéis, durante décadas sus científicos han realizado y, de hecho, siguen realizando, experimentos para la creación, mejora y evolución de nuevas razas, entre ellas la vuestra— aquí Stephan hizo una pequeña pausa observando cómo Navinok tomaba, sin perder ojo, otro sorbo de té. 

Éste alzó su taza invitándole a proseguir su exposición. 

–Me consta el interés que tenéis por conocer los detalles de vuestros orígenes, y aquí podréis encontrar la información que necesitáis para obtenerlos. No puedo ofreceros los motivos que les indujeron a crearos, pero puedo mostraros a quien los conoce— explicó Stephan estudiando las reacciones del rostro de Navinok que permanecía impertérrito, esperando. 

De repente, el Homofel se aventuró a romper su silencio con una pregunta. 

— ¿Slava Taideff?

— No, me temo que el Embajador de Septem es solo un comerciante, un hombre de negocios, no creo que sea capaz de diferenciar el código genético de un Homofel del de una rhino-ballena.

— No es tan obtuso— advirtió Navinok.

— Lo sé, pero Slava Taideff es famoso por adueñarse del trabajo y patentes del prójimo.

— Es muy propio de un oportunista sin escrúpulos como él.

— La persona que ideó el programa que permitió vuestra creación es… una mujer, y a mi juicio, excepcional en muchos aspectos. Ella es, por así decirlo, vuestra madre— dijo Stephan pronunciando con lentitud sus palabras y espaciándolas lo suficiente como para dar a Navinok tiempo para asimilarlas en todo su significado.

— ¿Sabéis su nombre?

— Mejor que eso, sé dónde se encuentra.

Por unos instantes Navinok se quedó pensativo. 

— Si algo he aprendido de los humanos es que nadie da nada por nada. ¿Qué queréis a cambio de dicha información? 

— No quiero nada, os la daré sin más, aunque he de admitir que la causa por la que os pedí venir no es solo ésta. Hay más cuestiones que me gustaría tratar con vos— aclaró Stephan.

Navinok mantuvo su mirada sobre Stephan, evaluando sus posibilidades. Era consciente de que el simple hecho de que no le pidiera nada por una información que ambos sabían era de un valor inapreciable para él y su pueblo, podía volverse en su contra. Decidió mostrarse cauto y tantearle un poco más.

— Para mí es de sumo valor, es algo que no ignoráis— dijo Navinok con claridad.

— Es cierto, no lo ignoro— corroboró Stephan con sinceridad.

— ¿Y cómo tendré la certeza de que en un futuro no muy lejano, no me exigiréis el pago de este… favor? 

Stephan le miró sonriente. Él ya había previsto la reacción de Navinok. Pese a ser un Homofel, había una parte humana que no había que subestimar.

— Entiendo que como Premier de los Sistemas Fronterizos soy, ante todo, un político, y es lógico que sospechéis que pueda ocultar una doble intención, pero esta información no os la estoy ofreciendo como Premier sino como guerrero Shinday que sabe perfectamente lo que es la lucha sin tregua contra el enemigo desde hace generaciones. Son guerreros Rebelis los que la han obtenido arriesgando su vida en el proceso, y yo os la ofrezco como tal. Si os digo que no quiero nada a cambio, significa que no quiero nada –respondió Stephan con firmeza.

Un ligero brillo de admiración y respeto cruzó las retinas de Navinok. Stephan estaba logrando despertar su interés por momentos. Abrió uno de sus cajones y extrajo un pequeño rombocom que entregó a Navinok. Éste lo sostuvo sobre la palma de la mano, comprendiendo con claridad las intenciones de Stephan. Sus recelos iniciales comenzaban a disiparse, aunque intuía que faltaba algo importante. 

— ¿Qué más queréis tratar conmigo?— preguntó Navinok. 

En este punto, Stephan se acarició las yemas de sus dedos pulgar e índice de ambas manos como para animarse a ponerse manos a la obra.

— La primera cuestión es la situación de vuestro planeta, Liberniare. Es imprescindible que pase a formar parte de la Interfederación de Planetas Libres y se acoja a las leyes de los Sistemas Unidos. De no ser por su situación astrográfica, yo mismo os propondría para que os unieseis a los Sistemas Fronterizos, aunque, en este sentido, puede que los Sillmarem os puedan ayudar. Es conveniente establecer un gobierno oficial que legitime su soberanía con una democracia, a ser posible, para poder solicitar el ingreso en la Interfederación. Vuestro aislamiento os hace muy vulnerables a cualquier ataque exterior. Necesitáis forjar pactos y alianzas si queréis crear un futuro para vuestro pueblo— razonó Stephan. 

Navinok sabía que era un hombre de Estado quien sugería tales palabras. 

— ¿Por qué habríamos de aceptar esa alternativa? Se nos otorgó el planeta para que viviésemos libres. Para que fuésemos libres y escogiésemos nuestro futuro por nosotros mismos.

— Lo que os recomiendo no solo es para que viváis libres, sino para que protejáis esa libertad y ese futuro. Una cosa es ser y sentirse libre, y otra muy distinta tener que proteger esa libertad— dijo Stephan, imperturbable-. Ambos lo sabemos, sabemos lo que es la esclavitud y la persecución imperial. Durante estos años habéis experimentado, al igual que nosotros, el rechazo y la discriminación de algunos sectores que no os consideran humanos.

— Y no lo somos, en parte al menos.

— Cierto. Lo cual no implica que no sea conveniente para vuestra seguridad pasar a formar parte de la Interfederación. Si os convirtieseis oficialmente en un planeta de pleno derecho, la situación cambiaría. Poseeríais inmunidad diplomática, nadie podría atacaros sin enfrentarse al resto de planetas miembros. Es, por así decirlo, una especie de seguro de vida, políticamente hablando.

— ¿Por qué me contáis esto a mí, solo a mí? Soy un Homofel como otro cualquiera.

— ¿No es obvio? Si la nación Homofel tiene que tener un líder, ese sois vos— sentenció Stephan.

— Yo no quiero el poder, ningún poder.

— Por esto mismo, sois el más apto para ejercerlo con responsabilidad— señaló Stephan.

— ¿Y cómo se supone que habría de hacerlo?— interrogó Navinok, cada vez más perplejo.

— Me temo que en eso no puedo ayudaros. Ese es un camino que debéis recorrer solo. Lo único que me atrevería a sugeriros es que la palabra es más eficaz que la fuerza, y que ésta sólo se usa contra los enemigos y no contra los aliados, y sólo en caso de legítima defensa. Haced que vuestro pueblo os respete, no cometáis el error de hacer que os tema u os odie.

— Entiendo, pero no siempre es posible, no sé si sabré…

— Ahí radica la capacidad de un líder, el ser capaz de usar la razón cuando los ignorantes usan la violencia. En su momento sabréis a lo que me refiero, porque cuando viváis ese instante, si no actuáis como un líder, será porque quizás no merezcáis serlo.

— Os puedo asegurar que no será una tarea nada fácil. Al igual que muchos humanos rechazan a los Homofel, muchos Homofel rechazan a los humanos. La mentalidad del Imperio todavía está muy arraigada en algunos grexs.

— ¡Unidlos! unid a vuestro pueblo. No intentéis enfrentaros a esas ideologías, eso sólo serviría para radicalizar posturas. 

Debéis atraerlos a vuestro terreno, hacer que vuestras creencias se conviertan en las suyas, transmitiéndolas con el ejemplo de vuestros actos. Solo así lograreis unir al pueblo Homofel, y creedme que nos hará falta— advirtió Stephan.

— Falta, ¿para qué?

Navinok le miró con extrañeza; Stephan inspiró profundamente.

— Me temo que esta es la segunda cuestión por la que quería hablar con vos en persona. Hace exactamente diez años, en esta misma habitación, recibí a una joven que huía de Ravalione con un objeto de gran valor que pertenecía al ya difunto Imperator. Recuerdo la conversación que mantuve con ella, a mi modesto entender no exenta de interés en muchos aspectos, desgranando unas hipótesis que, por aquel entonces, creía que eran solamente conjeturas. Si aquel día hubiera tenido la certeza del valor de aquel objeto, yo mismo lo habría destruido.

— ¿Destruido? ¿Habláis del Libro Oscuro del Imperator? pero si gracias al mismo se ganó la guerra— dijo Navinok mostrando su desconcierto sin ningún reparo.

— Por desgracia, eso no es exacto. En realidad, la guerra no sé ganó, sino que quedó en suspenso.

— Explicaos, por favor— pidió Navinok con un creciente interés.

— Cometimos el error, y me incluyo a mí porque no fui capaz de verlo venir, de pensar que el verdadero artífice de esa maldita guerra era el Imperator, y que su sobrino, el Conde, se limitaba a cumplir con la voluntad de su Señor. Hoy tengo la convicción de que Viktor no era consciente de todas las piezas que manejaba su astuto sobrino. Me consta que el Imperator pensaba usar a los Homofel como ejército de conquista. El Conde, en cambio, buscaba exterminar a la raza humana suplantándola por una nueva y más avanzada según su criterio.

— Nosotros.

— Exacto. Para ser un poco más precisos, la cuestión es que cometimos la mayor equivocación que se pueda cometer.

— ¿Cuál?

— Dejar con vida a ese asesino— sentenció Stephan-. Aquel día pensé, contagiado por el regocijo de todos, que se había acabado la guerra, impidiéndome cerciorarme de que dejábamos libre, aunque fuera en el exilio, al verdadero culpable. No volveré a cometer ese error aunque me vaya la vida en ello.

Navinok percibió la dureza de la mirada del Premier.

— El Conde Alexander Von Hassler, Señor del planeta Ekaton y Comandante en jefe de las Walkirias imperiales.

— En efecto.

— De todos modos, Rebecca está en Ravalione.

— No es la regencia de Rebecca lo que me preocupa. Dentro de poco el Príncipe Umasis ascenderá al poder y será nombrado Imperator. Si mis sospechas son ciertas, el Conde no permitirá que eso suceda.

— No creo que pueda impedirlo, el ejército de los Casacas Negras defiende Ravalione.

— He oído rumores de extraños guerreros negros más allá de los Sistemas Fronterizos. Nadie sabe a quién obedecen o deben su lealtad, y eso me inquieta. Por si fuera poco, Ekaton es la cuna de las Walkirias imperiales, y podéis estar seguro de que, llegado el momento, servirán al Conde antes que al Príncipe sin la menor duda.

— Puede que esté buscando aliados. Es lo que yo haría en su lugar, es, de hecho, lo que vos y yo estamos haciendo.

— En eso tenéis razón –asintió Stephan mirándole con admiración. 

— Aun así, el Conde Negro se halla exiliado en Ekaton. No se puede decir que tenga mucha libertad de movimiento, ¿verdad?

— Supuestamente no.

— ¿Supuestamente?

— Según la información que Miklos me dio, el Conde se encuentra en Thanos, dedicado por completo a la vida social y cultural del planeta, pero a mí no me convence. No creo que se quede de brazos cruzados viendo cómo el Imperio pasa a manos de su primo. Tengo la sensación de que cuanto más se deja ver en público, peor es lo que está tramando. Es obvio que el Conde es muy astuto y que conoce las limitaciones que tienen los Sillmarem para controlarle, por eso está representando esta pantomima –explicó Stephan.

— Si estáis convencido de ello, ¿por qué no actuáis al respecto?

— Tengo la intención de hacerlo. En cuanto se presente la ocasión daré la orden de…

— Eliminarlo –interrumpió Navinok. 

Stephan asintió en silencio. 

— Esta… decisión, ¿la habéis comentado con el Señor de Sill?

— Hablé con Valdyn, Miklos y Löthar Lakota. Ellos no comparten mi creencia sobre esta amenaza, pero tampoco se fían del Conde. No comparten mi decisión por el uso de ese método, pero no van a interponerse en mi camino. Su filosofía es el respeto a toda forma de vida y es, desde luego, de lo más respetable, incluso admirable, pero vos y yo somos hombres de acción, sabemos que la vida es una lucha sin cuartel por nuestra supervivencia y la de nuestros respectivos pueblos. Ambos sabemos que la definición de bien y mal no siempre es clara y precisa, y aunque ello no nos libra de nuestra responsabilidad, en ocasiones, es necesario matar para poder sobrevivir— dijo Stephan con amargura.

— Entonces, ¿qué necesitáis de mí? 

— No, ya os comenté que no os pediría nada, el Conde Alexander Von Hassler es cosa mía. De vos sólo quiero que si fracaso… 

Stephan permaneció en silencio unos instantes. 

— Hablad.

— Que los Homofel, vuestros Homofel, se preparen para la lucha como una nación. Todos deben luchar por la misma causa contra el mismo enemigo, el Conde.

— ¿Por qué no solicitáis ayuda a los Delphinasills?

— Mi hija Sarah es una de ellos, no puedo pedirle a mi hija que luche mis batallas por mí. Soy consciente de la ventaja de los poderes otorgados por el elixir de Vitava, pero para mí no son más que unos muchachos, demasiado jóvenes para conocer el horror de la guerra, y si de mí dependiera, no los conocerían jamás. Ya tienen bastante con las consecuencias de haber tomado el elixir. Además, la imprudencia de su juventud les haría buscar un enfrentamiento directo confiando en sus poderes, al fin y al cabo ya le vencieron una vez. No creo que el Conde vuelva a cometer los mismos errores; No creo que el uso de la fuerza, esta vez, sea suficiente. Estad alerta en el caso de que yo y mis guerreros fallemos. Los Sillmarem puede que solo os tengan a vosotros para hacer frente al Conde. Estad siempre vigilantes. 

— Quizás deberíais hablar con Miklos para que sea juzgado en los Sistemas Unidos.

— No serviría de nada porque no tengo pruebas, sólo tengo mi instinto.

— Pensé que solo erais un político, pero demostráis ser un guerrero. Si recibo información sobre el Conde os lo haré saber. Ahora debo ir a buscar a esa mujer de la que me habéis hablado.

Stephan le miró con fijeza y sonrió.

— ¿Sucede algo?— preguntó Navinok mientras se incorporaba.

— Creo que vuestro viaje va a ser muy breve— dijo Stephan sintiendo cómo Navinok le lanzaba una interrogativa mirada.

— Está aquí— añadió Stephan saboreando aquel instante cual aprendiz de brujo mostrando un nuevo truco de magia.

Los rasgos de Navinok dejaron entrever distintos estados de ánimo en cuestión de segundos. De la duda a la sorpresa y, cosa inusual en él, al nerviosismo. De repente, supo que gracias a Stephan Seberg iba a obtener las respuestas que tanto había anhelado durante estos años.

















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