20 de abril de 2019

Ven a mí




(Valdyn Sillmarem)


VEN A MÍ




“Es curioso cómo, en contadas ocasiones a través de los tiempos, las sucesiones de las distintas formas de gobierno han tomado el relevo sin violencia: monarquías, repúblicas, democracias, dictaduras, principados, teocracias, tecnocracias…. Hay una verdad común en todas ellas, la lucha por el poder. Lo único que realmente marca la diferencia son los hombres que se esfuerzan por ser justos con sus semejantes mirando más allá de los límites de sus sistemas contemporáneos, sondeando el corazón de los demás por lo que son y lo que hacen. Éste, quizás, sea un inapreciable instrumento que nos ha ayudado a sobrevivir a nuestra constante autodestrucción casi sistemática. ¿Comprendéis pues cuan valiosos son los principios y valores transmitidos con el ejemplo para la supervivencia de un pueblo? Sólo así podremos ser verdaderamente libres”.


Stephan Seberg.

(Meditaciones en el crepúsculo)



El taconeo de sus botas de caña alta resonaba a lo largo de marmóreos pasillos que, a ojos de sus portadores, les parecían interminables. El Palacio Real de Indha había adquirido, a vista de pájaro desde su lanzadera antes del aterrizaje, la curiosa forma de dos grandes colmillos, en claro homenaje a los paquidermos originarios de su planeta. En verdad, era una auténtica obra de arte milenaria de la que sus gentes se sentían orgullosas y con razón. Grandes ventanales ovoidales con hermosísimas incrustaciones de colores filtraban las luces de sol transformándolas en mágicas figuras de ensueño.

A ambos lados y cada veinte pasos, un guardia real se hallaba firme, inclinando ligeramente su arma en señal de cortesía, apenas disimulando la expectación que levantaba la llegada de gentes de Sillmarem. Y el trío de visitantes que cruzaba frente a ellos, lo merecía sin lugar a dudas. Ataviados con los azulados uniformes de los cuerpos Xiphias de Sillmarem, eran los mejores Aquanautas de todas las civilizaciones conocidas. Un cuerpo de élite cuyas hazañas y nobleza eran legendarias. Lucían con orgullo, cerca de su corazón, el emblema de los Sillmarem, una S gótica con tres rosas en su parte inferior, simbolizando las tres lunas del planeta, dos tridentes cruzados a ambos lados y, por encima, un delfín. En sus hombros resaltaba la M mayúscula de Marelisth, su ciudad capital. En sus cuellos lucían dos caballitos de mar, y sus cabezas portaban la clásica boina roja de los cuerpos de oficiales. 

Con paso firme cruzaron la entrada al salón del trono y solicitaron audiencia con el Señor de aquel planeta y sus tierras. 

El edecán del monarca se acercó con dignos andares e, inclinándose con cortesía, comenzó a hablar con mucha parsimonia.

— Sed bienvenidos a nuestra humilde morada, queridos amigos. Decid en qué puedo serviros, Capitán— dijo el edecán observando el rango de uno de sus oficiales.

— Os quedo muy agradecido. Mi Señor os envía sus respetos, sabedor de vuestra lealtad y buen hacer en el servicio de tu Señor. 

— Hago de ello mi vida, por lo cual estoy muy agradecido. Ahora bien, ¿en qué puedo ayudaros?

— Solicito audiencia con el Príncipe heredero del trono de Indha, Thoth Gingess Delhay.

— En este preciso instante está atendiendo importantes asuntos de Estado. Lamento comunicaros… 

— He de entregarle un mensaje— interrumpió impaciente el Capitán comprobando lo empalagoso que podía llegar a ser aquel hombre.

— Podéis confiármelo— dijo con arrogancia.

— Lo lamento profundamente, pero sólo puedo entregárselo en mano, mi señor edecán— insistió con voz más cortante el oficial Xiphias.

— De ser así me veo obligado a negaros audiencia hasta encontrar un hueco mejor para…— titubeó tentando su suerte el edecán, queriendo aparentar más de lo que era, un simple sirviente.

No les impresionó en absoluto y el Capitán Xiphias dio un paso al frente y le lanzó una severa mirada.

— Os sugiero encarecidamente, mi señor edecán, que reflexionéis sobre las consecuencias de vuestra dilación, consecuencias que os puedo asegurar serán muy severas. Os reiteró mi petición y solicito audiencia. Dádmela por vuestro propio bien y el mío.

El edecán se recogió sobre sí mismo. No es que temiera por su vida, había guardias, pero no podría explicar semejante incidente diplomático a su Señor y sabía que aquellos tres magníficos guerreros eran muy capaces de someter a sus guardias con tal de alcanzar su objetivo. Se pasó la lengua por los labios y antes que su boca pronunciara palabra, a sus espaldas, una autoritaria voz resonó en la estancia. 

— Retírate Mursala, yo me hago cargo de nuestros huéspedes.

El semblante del edecán se iluminó con alivio, desapareciendo del salón como alma que lleva al diablo.

— Capitán, acercaos. Os ruego seáis indulgente con el exceso de celo de mi edecán. En el fondo es un hombre bueno aunque bastante vanidoso— explicó el Señor de aquel lugar. 

El Capitán Xiphias asintió sonriente, se acercó, y con una inclinación le entregó un holotubo a Thoth. Éste activó el mecanismo holográfico desplegando ante sus ojos un breve y parpadeante mensaje: 

— <>.

El rostro de Thoth adquirió una expresión de extrañeza. No hacía mucho que había visitado Marelisth y, de repente, su mejor amigo solicitaba su ayuda. Algo grave sucedía pero, ¿qué puede haber cambiado? se preguntó sorprendido.

— ¿Cuánto tiempo hace que partisteis de Marelisth, Capitán?

— Tres días standard, mi Señor.

— ¿Alguien más conoce el contenido de este mensaje? 

— No que yo sepa, mi Señor— respondió el Capitán, rápido y seguro.

— ¿El resto de Delphinasills han sido informados?

— Lo ignoro, mi Señor.

— Bien, aguardad aquí. Dadme cinco minutos— pidió Thoth mientras desaparecía por una disimulada abertura interior, para después regresar por la misma ataviado con la bioarmadura y uniforme de los Delphinasills. Una capa azulada lo cubría luciendo la espiralada estrella de Sillmarem. 

— ¡Mursala!— gritó Thoth- ¡Mursala! ya sabes cuánto detesto que me hagan esperar. ¡Ven aquí, saco de huesos!

— Mandadme y seréis obedecido, mi Señor— dijo corriendo el pobre Mursala.

— Hazte cargo de los preparativos, parto con estos caballeros.

— Pero mi Señor, no podéis dejar el reino, muchos asuntos requieren vuestra atención personal.

— Ninguno más importante que éste— dijo Thoth dándole la espalda.

— Vuestro padre, el Rey, vuestros familiares y hermanos, ¿qué les diré? Señor no podéis abandonar vuestras responsabilidades así como así.

— Decidle a mi padre que voy a cumplir con mi responsabilidad, cumpliendo con la palabra dada al Señor de Sill. Él lo entenderá— concluyó Thoth saliendo escoltado por los oficiales Xiphias con un único destino, Sillmarem.


Análogamente a esta escena, Troya Labryx, Príncipe heredero de las Colonias de Laresey, recibía con agrado la visita de otros tres oficiales Xiphias, leyendo con calma el mensaje: 

— <>. 

La aguda inteligencia de Troya trataba de discernir qué podía haber motivado el reclamo de Valdyn. Estuvo tentado de sondear las mentes de los emisarios con su capacidad telepática, pero se abstuvo de ello ya que no era algo digno de él, e iba en contra de su juramento de Delphinasill. Sólo podía usar sus poderes para proteger la vida.

— Oficial, ¿vuestro Señor se encuentra bien?— preguntó con cierta ansiedad Troya.

— En magníficas condiciones, mi Señor. Aguarda impaciente vuestra visita.

— ¿Noah Salek está al tanto de esto?— preguntó Troya señalando el holotubo.

— Supongo, mi Señor.

— ¿Supones?

— Mi Señor, mis órdenes son entregaros el mensaje en mano. El resto de la información sale por completo de lo que me compete. A título personal sólo puedo invitaros a regresar conmigo lo antes posible.

Troya sabía que tenía que haber un motivo, una causa lo suficientemente importante como para reclamar su presencia. Urgencia era la palabra que parpadeaba en su mente. 

— ¿Algún otro Delphinasill ha recibido la misma petición?— preguntó Troya escrutando cada reacción del correo Xiphias.

— Es lo más probable, mi Señor.

— Comprendo— dijo llamando la atención de su senescal-. Sergey, he de partir a Sillmarem. Ya sabes lo que debes hacer.

Se alzó, se retiró a sus habitaciones, y tras tomar una pequeña mochila con sus efectos personales, se acopló su bioarmadura, el uniforme y la capa de los Delphinasills. Sergey le acompañó hasta la salida de embarque.

— Volved pronto mi Señor y, como dicen en Sillmarem, ¡que el poder de la vida os fortalezca siempre!— dijo Sergey con emoción contenida en la voz. 

— Decid a mi padre…

— Él ya lo sabe, mi Señor.

— Bien… hasta pronto, querido amigo.

— Buena suerte, mi Señor –se despidió el senescal comprobando cuan pronto los Xiphias se hacían cargo de la seguridad de su Señor, cubriéndole con sus cuerpos muy de cerca. Una sensación de peligro recorrió sus viejos huesos. Su intuición le decía que no se acercaban buenos tiempos. 

Una vez más, idéntica operación diplomática se repetía con dos de sus mejores amigos desde los tiempos de su formación en la ya desaparecida Academia de Thenak, en el planeta Thenae. 

Recibiendo a sus embajadores Xiphias en los recintos interiores de su palacio, los gemelos Han y Zore Kirilenko Motkov, Príncipes de Sitkerene, se hallaban dispuestos con sus uniformes y escasos bienes personales, aguardando un transporte en los muelles de embarque en la estación militar de seguridad del espacio puerto de la ciudad-capital. 

Han se agitaba inquieto sin poder contener su confusión. Lo que era de nervioso, su hermano lo era de tranquilo, complementándose perfectamente dos caracteres tan distintos.

— ¿Tú qué opinas de esto?— preguntó Han en voz baja a su hermano.

— Conociendo a Valdyn, su mensaje es lo suficientemente grave como para no decirnos cuál es el motivo de su llamada.

— ¿Tan mal están las cosas? ¿Así, sin previo aviso? 

— Eso parece.

— Hemos logrado diez años de paz.

— Una paz precaria— observó Zore.

— Pero paz al fin y al cabo.

— Rebecca, como regente del Imperio, ha sabido controlar a los generales imperiales y al Conde hasta la sucesión del Príncipe Umasis, pero eso no garantiza un traspaso de poderes pacífico, y mucho menos su legitimidad frente a los Señores de la guerra imperiales.

— Creo que el Príncipe Umasis ha sido educado a la manera Sillmarem y que es un excelente muchacho.

— No lo dudo, pero ahora mismo se halla bailando sobre un avispero a punto de estallar, y a la menor señal de debilidad de Rebecca… Valdyn lo sabe— explicó Zore con preocupación-. Sea lo que sea, nuestras dudas se verán aclaradas cuando vayamos al corazón del asunto.

— ¿Dónde?

— A Sillmarem, querido hermanito, a Sillmarem.

— Pero… 

— Ahí llega nuestro transporte— señaló Zore empujando a su hermano al interior de la carlinga, echando un último vistazo a su mundo natal, y partiendo rumbo a Sillmarem. 

El mismo camino tomaba otra de los diez Delphinasills, Sophy Haydea Rodasoudis de Alexa, hermana menor del Primer Ministro del planeta Andriapolis-Alpha, cuya cabeza no dejaba de agitarse inquieta. Sus escoltas Xiphias, aunque corteses, no la dejaban a solas ni un momento. Comprendía los motivos pero, no por ello, la situación era para ella menos incómoda. Se preguntaba cómo estarían el resto de sus amigos mientras observaba, desde su camarote, las fragatas de escolta con las insignias de Sillmarem, preparándose al igual que su nave para dar el salto a la velocidad subluz. Giró la cabeza y alzó su mano izquierda; una breve concentración y una taza de té recién hecho levitó hacia ella; la tomó sin derramar ni una sola gota; una sonrisa de orgullo se dibujó en su joven rostro. Sabía que Chakyn nunca aprobaría semejante uso de sus capacidades telequinéticas, pero al fin y al cabo no todo iba a ser siempre responsabilidad y obligaciones.

Poco después el sueño comenzó a adueñarse de su joven cuerpo mientras se preguntaba qué le aguardaba en Sillmarem a ella y sus amigos, y qué opinarían los demás al respecto del mensaje de Valdyn. Un pequeño temblor sacudió el camarote; parte de té se derramó sobre ella que, aún adormilada, gruñó cambiándose de ropa para después introducirse en su litera del compartimiento estanco, aguardando la llegada a Sillmarem. 

Igual destino esperaba al sudoroso cuerpo de uno de los miembros más mayores de los Delphinasills, Novak Lerkan Andreyev, hijo de la Alta Senadora de la República, Yelena Andreyev Afanasyeva, que se desplazaba entre uno de los espesos bosques de la República Zankla. 

Su cuerpo, excelentemente preparado durante su instrucción en la Academia de Thenak, respondía con preciso vigor superando con facilidad los obstáculos que presentaba ante sí el relieve del terreno que recorría. Para Novak aquél era el momento del día en el que su vida al completo pasaba a un segundo plano y sólo permanecía un joven adulto, haciéndose uno con el mundo natural que le rodeaba. Aquella sensación de libertad se renovaba cada vez que su piel sentía el frescor y la caricia del viento, envolviendo sus pies y manos. El aire fresco saturaba sus pulmones con infinidad de olores, con esa felicidad íntima que, en raras ocasiones, uno lograba estando en paz consigo mismo. En el tramo final de su recorrido, Novak tomó impulso, dio tres largas zancadas y saltó sobre un ancho barranco girando sobre sí mismo en el aire. Tal pirueta, dibujada en el aire tras tomar de nuevo tierra al otro lado del barranco, únicamente podía ser creada por una persona como él, que hubiese ingerido el elixir de Vitava adquiriendo y ejercitando una capacidad de levitación única. Los científicos de Sillmarem aún se preguntaban cómo funcionaba en sí la fórmula y su posterior desarrollo, un misterio que esperaban desvelar con el tiempo ya que, en ese instante, conocían solamente sus causas y efectos, pero ignoraban los pasos intermedios y el proceso de ejecución. Todo ello no quitaba a Novak la angustia y el temor de en qué podía degenerar el elixir tanto en su cuerpo como en el de sus amigos. Sentía que las incógnitas eran en sí mismas aterradoras por lo desconocido de sus consecuencias. Apenas eran unos críos cuando habían decidido tomar tal sendero para salvar a la raza humana y aún se preguntaba si no hubiese sido mejor optar por otra salida menos peligrosa. 

Esta riada de pensamientos se paró en seco cuando, a la salida del bosque, se topó con tres guerreros Xiphias que le aguardaban mostrándole un mensaje de Sillmarem, recordándole que toda decisión siempre conlleva consecuencias y, en ocasiones, para toda la vida. Novak se hizo acompañar para partir, lo antes posible, al mundo marino de Valdyn. 

Ethne Celeste de Zuren, hija del Presidente de los mundos de Invenio, seguía una línea muy parecida de pensamientos mientras, desde la amplia ventana de su camarote, observaba acercarse, en su esplendor, la hermosa esfera azulada que representaba el planeta Sillmarem, a medida que su crucero espacial tomaba posición de descenso. 

En breve volvería a reunirse con sus amigos que, para ella, eran los mejores. Sus talentos, al igual que los del resto de Delphinasills, seguían evolucionando. Su látigo psíquico se había vuelto más potente y contundente, y su control sobre el mismo más preciso. Estaba deseando mostrarle los avances a Chakyn Chakiris y a su equipo de científicos de Marelisth. Una mezcla de excitación e incertidumbre hormigueaba por su interior. Por fin averiguaría el verdadero significado del mensaje de Valdyn.

El último miembro de los Delphinasills, Nathaniel Serguéievich Lowenstein, Vizconde imperial de Anderene, avanzaba con paso presto por uno de los hermosos corredores del Palacio Blanco de Xanadú, en la capital de Sillmarem, Marelisth. 

En cada puerta había un guardia Xiphias que daba un fuerte taconazo a su paso. Entre los propios Xiphias era una figura muy respetada. Siendo apenas un crío se había sacrificado para salvar al resto de jóvenes cadetes, los actuales Delphinasills, y a su joven Señor, de una partida de Zasars enviados expresamente por el Imperator para secuestrarlos y usarlos como piezas de chantaje. El héroe de Thenae, pese a no haber ingerido el elixir, era muy admirado por aquellos soberbios guerreros.

Cuando sus pies cruzaron la entrada del salón del trono, Nathaniel observó alegre al resto de sus amigos. Ya sólo faltaban los dos últimos miembros de los Delphinasills y Señores de aquellas hermosas tierras, Sarah Seberg Sassen de Thenae, hija del Premier de los Sistemas Fronterizos, Stephan Seberg, y princesa Rebelis por parte de madre, y Valdyn Alekssandros Atlanen Sillmarem, Príncipe de Sillmarem, conocido por su pueblo como Delphinesen, el hijo de los delfines.





















































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