20 de abril de 2019

Rebecca en peligro




(Löthar Lakota)


REBECCA EN PELIGRO






“La muerte para unos significa el fin de todo, para otros el comienzo. El significado que se le dé, depende de uno mismo”.


Dhalsem Thagore.

(Orientaciones para ejercer la fe)


Terminaba uno de los días más calurosos que se recordaba en Sillmarem, cuando llegó un inesperado visitante a la residencia de descanso del comandante Lakota en el balneario de la isla Kirinos, a cinco mil kilómetros de Marelisth. Desde la casa del Comandante se podía admirar cómo las últimas luces del día se apagaban con rosadas pinceladas de nubes en el firmamento. En los blancos recintos del interior se oía el suave sonido musical de un arpa de Torius y el rumor de las olas de un azulado y cristalino mar en calma. Varias lámparas térmicas adornaban cada una de las esquinas de los hermosos jardines de la casa, ofreciendo una sensual combinación de colores y formas que al dueño le parecían sedantes. El Comandante había dado instrucciones para disponer la mesa de la cena en el jardín, y, de ese modo, aprovechar para dedicarse a una de sus aficiones favoritas, la astronomía. Ya que su esposa, Elektra, Comandante en Jefe de las Amazonas de Sillmarem, había tenido que viajar de vuelta a la capital para asistir a una reunión del Consejo de Oficiales, Löthar pensaba pasar la noche en vela disfrutando del hermoso cielo estrellado que le ofrecía aquel planeta. 

En el momento en que Chakyn Chakiris entró a la sala de recepciones, el ordenanza del Comandante, después de dar sus últimas órdenes al servicio, le recibió con hospitalidad, invitándole a pasar al salón principal, rogándole que aguardara mientras se apresuraba a informar a su Señor de su imprevista visita. Mientras tanto, Löthar salía de los baños chorreando de agua e impregnado con un fragante olor a sales marinas. Se puso un albornoz de fina seda blanca, calzándose después unas sandalias de cuero de Indha; pasó al dormitorio y comenzó a secarse. Su habitación destacaba por su sencillez y buen gusto; adornaban la estancia magníficos cuadros, mezclados con armas colgadas de las paredes; hermosas cortinas flotaban delante de la puerta; dos pequeñas mesas negras parecían escoltar a un sofá de cuero del mismo color, y una amplia cama, cubierta con sábanas de satén adornadas con arbóreos dibujos, sobresalía en el centro de la estancia. Completaba la decoración un escritorio de methakilato cubierto de papeles en riguroso orden con una pequeña pantalla holográfica y una consola de control. 

Löthar terminó de secarse y se vistió con unos pantalones negros y una camisa blanca de algodón; se calzó unos zapatos cómodos, y se miró en un gran espejo de madera situado al lado izquierdo de la cama, aprovechando así la luz de las lámparas de su habitación.

Mientras se peinaba su cabellera negra, observó en el espejo su figura y su rostro de pómulos marcados. Se echó una ojeada de arriba a abajo y asintió con satisfacción al tiempo que llamaban a la puerta.

— ¿Sí?— preguntó Löthar. 

— ¿Comandante Lakota? 

— Sí. 

— Chakyn Chakiris se halla en el salón, mi Señor— dijo Ekonyes. 

— Dile que voy en un momento, y ofrécele algo de beber mientras tanto.

— Como gustéis, mi Señor.

— ¿Chakyn Chakiris?— se dijo a sí mismo Löthar-. ¿Qué demonios hace aquí el viejo Chakiris? Hace casi tres meses que no sé nada de él. 

Aún preguntándose qué propósito tenía la visita de Chakyn, Löthar salió con paso ligero al encuentro de su viejo camarada. Entre tanto, Chakyn permanecía en el salón principal, admirando la decoración del mismo, digna del buen gusto de su dueño.

Löthar apareció en el umbral, llegó sonriendo hasta Chakyn, quien, saliéndole al encuentro, le ofreció la mano.

— Perdóname por haberme presentado sin previo aviso, pero las circunstancias me han obligado a ello— se excusó Chakyn.

— Sé bienvenido. Por favor, acomódate –dijo Löthar ofreciéndole asiento.

El Comandante observó el profundo cansancio reflejado en los ojos de su amigo, obligándose de nuevo a preguntarse cuál sería el motivo de su precipitada visita. No era propio de él. También notó el nerviosismo de sus gestos. 

— Chakyn, ¿qué sucede? 

Chakyn inspiró profundamente.

— Me temo que soy portador de malas noticias, Löthar. Hemos recibido un informe de Ravalione. 

— ¿Y?— había tensión en la voz de Löthar.

— Han intentado secuestrar al hijo de Rebecca.

— ¿Rebecca?

— Rebecca. 

— ¿Está bien? ¿Están bien todos? –preguntó Löthar levantándose del diván, e iniciando un constante ir y venir por el salón. 

— Sí. Afortunadamente los intrusos no consiguieron su propósito.

— Por fortuna –respondió Löthar, aliviado.

— Hay más.

— ¿Más? 

— Intervinieron los Itsos. Se llevaron al guerrero que portaba al niño dentro de él, en algo parecido a una cámara de hibernación según la descripción de Rebecca. Están intentando rescatarlo con vida –explicó Chakyn.

— ¿Rescatarlo? 

— Sí. Lo peor de todo es que ese ser tiene un ADN desconocido –aclaró Chakyn.

Löthar se quedó perplejo, mirando a su amigo, intentando asimilar toda aquella información. Después de aproximadamente un minuto, comenzó a razonar en voz alta.

— Si el ADN es desconocido podríamos estar ante una nueva raza creada por el hombre, tal y como fueron los Homofel, ¿no crees?

— Me temo que no. No se trata de secuencias de ADN conocidas pero no catalogadas, simplemente son desconocidas.

— Pero eso es ridículo, Chakyn. Eso sería como afirmar que una raza desconocida para todos nos ha atacado ¿Qué sentido tendría eso? No me parece lógico –razonó Löthar con incredulidad.

— Es una posibilidad que no podemos descartar. Piensa que el código genético de los Itsos tampoco se asemeja a nada que nosotros conozcamos. Podrían guardar alguna relación entre ellos, ¿no? 

— Sí, eso lo entiendo, y no me parece imposible. Nos enfrentamos a algo o alguien del que no tenemos conocimiento, y del que no sabemos su procedencia. La cuestión es saber por qué han realizado una operación de ese calibre y con esas implicaciones políticas.

Chakyn sopesó la idea de Löthar antes de responder.

— Hay alguien que los dirige.

— Exacto. Por tanto, aunque no sepamos quiénes son, parece claro que debe ser un humano el que está detrás, ¿verdad? –razonó Löthar-. Debemos sacar de allí a Rebecca, el estado de paz actual es muy precario. No debimos dejarla sola. 

— No está sola, hay tropas Xiphias y Homofel con ella.

— No me refería a eso, pero no podemos dejarla ahí.

— Aunque queramos sacarla, sería un error irnos antes de la coronación –dijo Chakyn.

— Si no podemos traerla de vuelta, tendremos que descubrir quién ha atacado, centrarnos en los enemigos que ya conocemos.

— Eso sería más sencillo.

— Así es –afirmó el Comandante-. Lo mejor es pensar en quién puede tener interés en atacar a Rebecca y, lo más importante, quién tiene recursos suficientes como para obtener ese tipo de ayuda.

— Si nos basamos solo en eso, tendríamos que vigilar a medio Imperio. Estaríamos como siempre. Hay demasiados intereses y demasiado dinero en juego. Ya sabes que Umasis pretende cambiar muchas cosas cuando ascienda al poder, y hay gente muy molesta. Necesitamos algo que nos ayude a averiguar contra quién nos enfrentamos. Alguna pista…

— ¿Habéis pensado en el Conde? Él tiene mucho que ganar –propuso Löthar.

— Si el sobrino del difunto Imperator se hiciese con las riendas del Imperio, no dudaría en buscar la fórmula o los ingredientes que le faltan en Sillmarem –dedujo Chakyn. 

— Está buscando el elixir al precio que sea. Si los Delphinasills han podido ingerirlo, él también lo hará.

Chakyn permaneció por un momento en silencio y, como leyendo el curso de pensamientos que fluían por la mente de su amigo, susurró: 

— Eso sería el final de todo, si tuviese el poder del Imperio y el del elixir, acabaría con el Universo.

— Entonces hemos de ir a por él, acabar con él antes de que consiga sus objetivos –sentenció Löthar.

— Siempre y cuando sea él el responsable. Piensa que puede que nuestro verdadero enemigo sea otro y esté dirigiendo nuestras miradas hacia el Conde para así actuar con libertad.

— Supongo que tienes razón. En cierto modo es posible que el elixir no tenga nada que ver con esto y que sea alguien que únicamente quiere hacerse con el Imperio.

— Además el Conde está vigilado. Apenas ha salido un par de veces de Ekaton. No creo que sea él. Es más, creo que si alguien elimina al Príncipe, también eliminará al Conde.

— Si alguien acabase con el Conde, nos haría un favor. De todos modos, yo no le descartaría, es muy peligroso y sabe dónde está el elixir.

— Pero si fuese él el que controla a esos guerreros ¿por qué atacar Ravalione? ¿Por qué no atacarnos a nosotros? 

— Porque no sabe dónde estamos, sólo por eso. Quizás está buscando una grieta en nuestras defensas para atacar Sillmarem. Yo en su lugar haría lo mismo –respondió Löthar. 

— No es tan sencillo.

— Es cierto, pero no imposible.

— Nadie sabe cómo funcionan nuestras defensas de ocultación, nadie puede localizar Sillmarem.

— Eso espero.

— Yo creo que hay que centrarse más en algunos generales imperiales que poseen alianzas con la Confederación de Sagittanovs. Ésos sí que me parecen peligrosos.

— Entonces volvemos al principio, ¿no?

— Me temo que sí.

— ¿Qué opinan Valdyn y Miklos al respecto? 

— Miklos todavía no sabe nada, está de inspección por la aquabases. Valdyn lo sabe y está esperando tus conclusiones. Además, está ocupado con la recepción de los Delphinasills.

— Es verdad, los Delphinasills venían a… no les habrá dicho nada, ¿verdad? –interrogó Löthar con preocupación.

— No, tranquilo, aún no lo saben.

— Este ataque cambia la situación, y teniendo en cuenta las reacciones que puede provocar, es mejor no decir nada por ahora y esperar acontecimientos.

— Lo sé. Aunque será difícil explicar la urgencia del mensaje, ¿no te parece?

— No. Les diremos que les hemos llamado por el ataque a Rebecca. No tienen por qué saber la verdad por ahora –sugirió Löthar.

— ¿Y no sospecharán por el hecho de haberles llamado antes de que sucediera? 

— Tampoco hay razón para decirles la fecha exacta del ataque. Simplemente cambia un par de cifras. En estos momentos no podemos permitirnos que la situación sea más inestable de lo que ya es –razonó Löthar.

— Así se hará.

— Bueno, entonces no hay más que hablar. Creo que mi descanso se ha acabado. 

— Eso me temo. Tus órdenes son incorporarte mañana por la mañana. Escogerás un grupo de Xiphias, poniéndote a las órdenes de Valdyn. Partirás hacia Ravalione en busca de Rebecca y su hijo; los Delphinasills irán contigo; tendremos un Consejo de Estado a tu regreso a Sillmarem con Valdyn, en Marelisth. Después de trazar un plan de respuesta, veremos cómo podemos asegurar el mandato del Príncipe Umasis.

— Todo esto me da mal pálpito, no me gusta, Chakyn. 

— Precisamente por esto mismo, cuando antes cumpláis la misión y regreséis a Sillmarem, tanto mejor para todos.

— Si quieres la paz, hay que prepararse la guerra, ¿verdad? –dijo Löthar con melancolía.

Se sentía irritado consigo mismo por su aparente falta de concentración. Siempre había deseado formar una familia, alguien que llevase su apellido y que aprendiese sus valores, y sabía muy bien que todo había sido barrido por la mano del destino. A Elektra no le iba a hacer ninguna gracia.

— ¡Bien!, ¿algo más?— preguntó repentinamente, Löthar.

— Te encargarás personalmente de la protección de Rebecca tan pronto como te sea posible y asumirás el mando de las defensas de Sillmarem a tu regreso. Puede que Valdyn deba asumir la regencia imperial.

— ¿Incluyendo los Aquanautas?

— Incluyendo los Aquanautas— contestó Chakyn.

— De acuerdo, así lo haré.

— Ahora intenta disfrutar de tu última noche, Löthar.

— Después de lo que me has contado, no creo que pueda disfrutar.

— Lo siento.

— No es culpa tuya, Chakyn. Aunque si quieres puedes hacer que la noche sea más agradable quedándote a cenar. ¿Te apetece? 

— No puedo, he de partir lo antes posible. En otra ocasión.

— De acuerdo, entonces. Hasta mañana Chakyn.

— Hasta mañana, Löthar.

El Comandante le acompañó hasta la puerta y lo observó mientras se marchaba. Había acudido en persona, el Jefe de científicos y Cónsul de Sillmarem, la mano derecha de Valdyn, su hombre de máxima confianza en una diligencia de mensajero. Todo ello hablaba de mucho peligro, no sólo a nivel general, sino también a nivel personal. Sillmarem corría peligro, Valdyn corría peligro, y sobre todo, Rebecca corría peligro. Tendría que llevarse la guardia de élite de Valdyn, los Xiphias, los mejores Aquanautas del Universo, excelentes pilotos y guerreros. Y aunque solo pudiese contar con unos pocos de ellos, serían más que suficientes para rescatar a Rebecca en Ravalione. En ese momento, Ekonyes llamó a la puerta, y entró.

— Se acabó el descanso, mañana volvemos a Marelisth.

— Sí, Comandante— dijo Ekonyes.

En el fondo solo soy un hombre de paja, pensó recordando lo que tiempo atrás le había dicho su primer magister-tutor, Noah Salek: <>.

Löthar se sonrió ante este recuerdo. Ah, el viejo Noah, ¿cómo estará? 

Tras estas reflexiones, el Comandante dio la orden de que no sirvieran la cena, y se puso a trabajar. Después de terminar todo el papeleo, se levantó y acercó a un amplio ventanal blindado, empezó a observar el mar, apoyó su mano en el cristal a la vez que empañaba éste con el vaho de su aliento; abrió la ventana, y una fuerte bocanada de viento húmedo le azotó la cara, el aire del mar era salado y cristalino. En las retinas de Löthar se veían reflejadas las tres lunas de Sillmarem, circundadas por el iris azul claro de sus ojos. Regresó a su mesa, se sentó pensativo en uno de sus bordes, y empezó a juguetear con una representación multicolor a escala del sistema planetario de Sill que levitaba sobre su mesa de trabajo. Con un dedo golpeó la primera luna de Sill y trastocó su órbita, mientras observaba el destello que producía al chocar contra la segunda de las lunas. Se quedó observando fijamente el desestabilizado sistema de Sill durante unos segundos, y se puso de nuevo a trabajar. Necesitaba ocupar su sobreexcitada mente con algo de trabajo. 

Pasaron las horas y empezaron a filtrarse los primeros rayos solares a través de las ventanas. 

Volvió a levantarse, se acercó a la ventana, y, ya más relajado, saboreó el nacimiento del amanecer. Le dolía la cabeza, así que se tomó un analgésico de sabor amargo.

La parte superior de un anaranjado disco de fuego y luz empezó a divisarse en la lejanía. Sentía un profundo miedo interior. Sí, a pesar de ser conocido como un gran guerrero, superviviente a mil batallas, condecorado por la Interfederación, Sillmarem e incluso el propio Imperio, uno de los mayores Maestro-stratega de la historia de Sill, Löthar tenía miedo, miedo al olvido. De ahí su profundo deseo de exorcizarlo mediante una familia, era algo obsesivo para él. El viejo Salek le había dicho en cierta ocasión que el secreto de la felicidad humana estaba dentro del corazón de los hombres, y que un corazón sano se forjaba con nobles actos. Sabias palabras, pensó. Rápidamente, Löthar venció su acceso de melancolía y salió con paso precipitado hacia su dormitorio; se duchó, y se puso su uniforme; éste constaba de pantalón azul marino oscuro de corte recto con una raya roja a cada lado, a juego con una chaqueta del mismo tono y una camisa de algodón blanco con cuello mao. Una vez hubo acabado, conectó el videófono para llamar a Pholaris; había mucho trabajo que hacer y muy poco tiempo. En ese momento, apareció en la pantalla el anguloso rostro de su amigo.

— ¿Sí, Löthar?

— Te quiero a ti y a Ekonyes en cinco minutos en la sala de comunicaciones. Dile a Ekonyes que se traiga un mapa-virtual de Ravalione. Quiero que para antes de las nueve esté todo solucionado, ¡Pronto!

— Inmediatamente, Löthar.

Ojalá lleguemos a tiempo.






























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