6 de julio de 2009

ESCENAS DE SILLMAREM (Noah Salek)







Noah Salek









En la oscuridad de su dormitorio, Valdyn, futuro Príncipe heredero de Sillmarem, sonreía con nostalgia al recordar la última conversación mantenida con su Magister–tutor, Noah Salek, antes de su partida, a la edad de seis años, hacia el planeta Thenae e ingreso en su Academia de jóvenes cadetes de Thenak. 

Amaba a aquel anciano. Para él representaba el alma mater de Sillmarem. Más que eso, lo consideraba y lo quería como a un padre. El espíritu de su mundo marino se reflejaba en aquel sabio maestro y amigo. Valdyn con tristeza le rogaba que no le apartase de su lado prolongando todo lo posible su estancia allí, con esa tiranía propia de los niños le exigía los motivos de su partida a Thenae… 

—Soy muy feliz aquí maestro, ¿por qué debo irme a un lugar extraño con gente que no conozco? —preguntó Valdyn. 

—Porque es tu obligación, pequeño colibrí —respondió Salek con dulzura—. La mía es esperar tu regreso. 

—Obligación, ¿por qué? Yo no quiero ir. 

—Obligación para con tu pueblo, para conmigo incluso para contigo mismo —razonó Salek— algún día serás el Príncipe de Sillmarem. Pero antes de eso debes aprender a ser una persona íntegra y para ello necesitas construirte por dentro. 

—Yo quiero estar contigo, ¿tan malo es? ¿Acaso ya no me quieres? 

—Precisamente porque te quiero, debes partir. 

—No te entiendo maestro. Me has enseñado a respetar y amar la vida sobre todas las cosas y ahora me envías a un lugar donde la gente no piensa y vive igual que nosotros ¿Por qué? ¿Qué he hecho mal? ¿Por qué me alejas de lo que quiero? 

—No te preocupes, no estarás solo. Löthar te visitará de vez en cuando. Además allí podrás conocer nuevos amigos, gentes de otros mundos y razas. 

—Pero, ¿para qué? 

—Para conocer su forma de vivir y de pensar, sus virtudes y sus defectos. Sus fortalezas y debilidades. Nosotros los Sillmarem, pequeño colibrí, somos respetados en todo el universo conocido por nuestra absoluta independencia, respetando a todos los pueblos e individuos por pequeños y humildes que sean, sin por ello dejar de contactar con las civilizaciones exteriores a nuestro mundo. 

—Pero estamos ocultos a los demás. ¿No podemos quedarnos aquí y ya está? 

—Nuestro sistema de ocultación planetaria hace que no nos puedan encontrar pero eso no significa que nosotros no debamos encontrarlos a ellos. Tenemos obligaciones que cumplir. 

—Pero si no las cumplimos nadie podrá encontrarnos para reprochárnoslo ¿no? 

—Valdyn no seas quisquilloso, de sobra sabes que las cosas no son tan simples. Estamos en permanente contacto con el exterior. Tenemos bases, embajadas y acuerdos comerciales con muchos planetas. No podemos vivir aislados. Eso nos destruiría. Nuestra cultura está custodiada por un pequeño pero excepcional ejército de defensa. Siempre que los poderosos han intentado abusar hemos estado ahí ayudando en lo que hemos podido. Por eso somos respetados. 

—Y si somos respetados ¿Por qué tenemos que ocultarnos, maestro? 

—El Imperio de las dos águilas de platino siempre ha anhelado someternos a su poder. Hace muchos siglos inventamos un sistema para protegernos de sus ataques después de que nuestro planeta de origen fuera destruido. Huimos hasta este paradisíaco mundo ocultándonos de todos y salvaguardando nuestra intimidad. 

— ¿Os referís a la Caja de anillos múltiples de Guerón, maestro? 

—En efecto. Guerón era un genio científico. Creó un dispositivo anulador de los espectros de luz. No nos hizo desaparecer sino volvernos transparentes de cara al exterior. Nuestros tres satélites gozan de dicho sistema escondiéndose y escondiéndonos formando una triangular y perfecta pantalla de ocultación orbital. También nos permite generar campos de gravedad que alteran las rutas de las naves desviándolas de nuestro planeta sin que ellos se percaten. Las puertas de acceso a nuestro mundo hacen desaparecer nuestras naves a ojos de los demás, permitiéndoles vía libre a nuestro mundo. 

—Pero todo esto ¿por qué? 

—Somos la única civilización que han plantado cara al Imperio en reiteradas ocasiones y ha vivido para contarlo. Somos la única civilización independiente y autosuficiente materialmente. Nadie depende de nosotros y nosotros no dependemos de nadie. Tratamos como iguales a todas las personas sea cual sea su origen. Somos respetados, en definitiva, por una causa muy sencilla, los pueblos actuales saben que si algún día una gran amenaza cayese sobre ellos, Sillmarem iría en su ayuda siempre que fuese en legítima defensa de la vida. 

—Entonces, maestro ¿por qué debo ir hasta allí? –preguntó Valdyn, cabizbajo. 

—Porque servir a tu pueblo significa esforzarse en hacer las cosas lo mejor posible. Así tú serás feliz. Para lograr esto es muy importante tu formación. 

—Pero tú eres mi maestro, ¿con quién mejor que contigo, Salek? 

—Mi pequeño colibrí, no se trata de acumular conocimientos sino de ver, sentir y vivir experiencias que te serán de gran utilidad llegado el momento. Aprenderás más con niños de otros planetas que te enseñarán sus culturas antes que con un viejo como yo. 

—Si es así, no quiero ser Príncipe, ni aprender, ni servir a nadie. Sólo quiero estar contigo –se obstinó malhumorado Valdyn. 

—Y lo estarás, mi pequeño colibrí. En mente y espíritu. ¿Acaso crees que por que estés físicamente lejos de mí, no estaré contigo? Cuando tengas miedo, sientas dolor o te encuentres solo yo siempre estaré a tu lado. 

—Löthar Lakota me ha dicho que algún día seré un gran gobernante como lo fue mi padre, ¿es eso cierto? 

—Probablemente. Puede que incluso mejor. 

—Tío Miklos me dijo que tengo la astucia de Chakyn Chakiris y el valor de Löthar Lakota. 

—Eso es importante pero si no lo haces por tus principios no vale gran cosa. Es como una barca sin remos, que no te lleva a ninguna parte. 

—Si me voy, ¿cuándo volveré? ¿Pronto?

—Cuando hayas completado tu instrucción. 

— ¿Cuándo será eso? 

—Cuando tengas dieciséis años standard. 

—Entonces ya no te acordarás de mí. Es mucho tiempo. Ven conmigo Salek. 

—Mi obligación es servir aquí en tu ausencia, pero créeme que yo también te voy a echar de menos. 

Alguien llamó a la puerta sacando a Valdyn de sus recuerdos. Se levantó y abrió. Era Sarah Seberg, compañera de clase y una de sus mejores amigas. 

— ¿Vienes a cenar? –preguntó Sarah. 

—Claro –dijo Valdyn— estoy hambriento. 

— ¿Impaciente por volver a casa? 

—Sí claro, aunque al final voy a echar esto de menos. Sobre todo a ti. 

—Bueno, cuando salgamos puedo ir a visitarte –dudó Sarah—. No. Mejor ven a visitarme tú a mí. 

Se miraron el uno al otro rompiendo a reír mientras bajaban al salón para disfrutar de una de sus últimas cenas en la Academia. Valdyn no podía dejar de pensar en lo rápido que había pasado el tiempo y en que por fin volvería a ver a su maestro. 







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