19 de abril de 2019

THENAK: LA CASA DE LA SABIDURÍA





Nathan, el mayor de los cadetes de Thenak




La academia de Thenak en el planeta Thenae


«Desde los primeros útiles de piedra hasta los motores lumínicos actuales, hemos intentado someter a la naturaleza, sin darnos cuenta de que esta, siempre va un paso por delante del hombre».
Chakyn Chakiris.

(La aceptación y conservación de nuestra génesis)



En la penúltima semana antes del final oficial de curso, en la academia de jóvenes cadetes de Thenak se podía percibir en el aire esa típica atmósfera de relajación y despreocupación que acontece al inminente cierre de una etapa ya acabada. Tanto profesores como alumnos disfrutaban de una soleada mañana que prometía ser un caluroso día. Rodeada de frondosos bosques y, en su parte externa, cortada por un no muy ancho río de aguas cristalinas, se elevaban los altos muros de protección de la Academia de Thenak. 

Cada doscientos metros sobresalía una torreta de vigilancia armada, la parte superior de la torreta parecía la cabeza de un peón gigante de ajedrez, con la particularidad de que esta era giratoria y estaba capacitada para dar giros completos, sobresaliendo del centro un cañón de disparo rápido de medio calibre capaz de derribar carros de gran tonelaje. Había cámaras y dispositivos de alarma esparcidos y disimulados por todo el perímetro de los muros de la Academia, así como aparatos con las fun­ciones más dispares; minas, trampas eléctricas, sensores de vida, ojos nocturnos, medidores bacteriológicos, termómetros, rampas de antiaéreos, anticarro y demás dispositivos de defensa. Coches–aéreos vigilaban sin descanso los alrededores del complejo académico. Ante semejante despliegue militar, cualquier visitante que cruzase tales medidas de seguridad se sentiría un tanto impresionado por el fuerte contraste del interior del recinto con la reciente militarizada imagen externa que acababa de percibir.

Un gran arco de estilo gótico adornaba la entrada de la puerta principal de la academia, acompañada de dos columnas de granito adornadas con dos dragones de piedra en lo alto. En la parte superior de dos puertas de roble se leía la siguiente inscripción tallada en piedra con caracteres góticos: «Sabiduría, Humildad, Honor». 

Un poco antes de llegar a la puerta principal, formando un círculo, había una avenida adornada a ambos lados con una hilera de cipreses, y torciendo por otra avenida justo al principio de la hilera de cipreses se podía subir a una terraza que ofrecía una panorámica general de las instalaciones de la Academia. Un fuerte olor a resina y a césped recién cortado inundaba el aire. 

En su conjunto, las medidas totales de la Academia abarcaban unos diez kilómetros de largo por cinco de ancho. El porqué de estas medidas era muy sencillo: seguridad.

Cuanto más pequeño es un recinto, mayor facilidad para su control y funcionamiento. A todo esto se le podía añadir la exacta distribución de las ins­talaciones, estando perfectamente coordinadas estética y funcionabilidad. Así como el edificio de la entrada principal era la residencia del Rector, a ambos lados se podían divisar dos antiguos edificios del mismo estilo gótico que el principal. 

En estos se alojaba el profesorado del centro. Más adelante se encontraban las aulas, salas de prácticas, instalaciones deportivas, residencia de alumnos, jardines, almacenes de avituallamiento, edificio del personal de man­tenimiento, barracones de las tropas de seguridad, salas de comunicaciones, un hospital, los jardines principales de la Academia, adornados con una gran avenida y una enorme fuente central junto a un helipuerto con dos hangares, y el resto de instalaciones destinadas a tapar todas las necesidades que el centro académico pudiese tener. En ella se alojaban unos setecientos alumnos, hijos de las principales familias de la Interfederación, así como de planetas y sistemas fronterizos inde­pendientes y también, aunque de manera excepcional, de algunas de las estirpes del Imperio. 

Según avanzaba el día, el calor iba en aumento y a pesar de los ventila­dores de las aulas, el alumnado se movía impaciente deseando el toque del timbre. El aire se notaba cargado. Se oían toses nerviosas, risas, murmullos, golpes de impaciencia con la yema de los dedos sobre la mesa, así como algún que otro alumno que se mordía las uñas o hacía alguna que otra pregunta a su instructor aparentando interés con la esperanza de eludir la entrega de la lección del día. Por fin la tan esperada señal de descanso del mediodía sonó. Todos los alumnos salieron de sus aulas en ordenadas filas a los jardines exteriores. 

Una vez allí, se separaron en grupos esparciéndose por cualquier rincón de los jardines del recinto interior.

Uno de estos grupos se alejó de la fuente de la avenida central. Cruzó el Jardín Chino, pasó por el invernadero y únicamente cuando se asegu­raron de que estaban completamente solos, se sentaron en círculo al lado de un estanque con peces.

—Bueno, ya estamos solos —dijo con alegría Nathan, el mayor de todos—. Bien, pasemos lista, veamos si estamos todos.

Paseó su mirada por los presentes. 

Troya, Han, Zore, Sophy, Ethne, Thoth, Novak, Sarah, Valdyn y un ser­vidor. Bien, declaro abierta la sesión.

—Sarah, ¿tienes el plano? —preguntó Nathan con la emoción reflejada en su moreno rostro de ojos grises llenos de vivacidad. 

Una jovencita de unos catorce años, también de pelo negro que contrastaba con una tez blanca de labios finos y ojos azules, se puso de rodillas, sacando de su manga un plano. Lo puso en el centro del círculo de sus amigos y lo abrió.

—Aquí está, Nathan. Tal como me pediste.

Intercambió una sonrisa de complicidad con él, esbozada con coquetería, a la vez que miraba fijamente su alta y ancha figura.

Todo el grupo se inclinó para estudiar mejor el mapa.

— ¿Cómo lo conseguiste? —preguntó curioso, Valdyn.

—Sí, ¿cómo lo conseguiste? —preguntó uno de los más pequeños del grupo, Han, mientras se arrimaba un poco más para poder ver mejor el codiciado plano.

—Muy sencillo. Accedí a la base de datos del Rector. Es el único junto al Comandante de seguridad que tiene los planos de todo el complejo, tanto de seguridad como del alcantarillado, además de la instalación de aire y, en definitiva, de toda la Academia —dijo Sarah.

— ¿Cómo accediste a la base de datos? —interrogó Valdyn mientras ob­servaba con minuciosidad cada uno de los detalles del holoplano.

—Sí, ¿cómo accediste? —repitió Han.

Mientras Sarah contaba los detalles de su pequeña hazaña, Nathan repri­mía una sonrisa. Sabía por propia experiencia, que hay una edad cuando se es pequeño que, de una manera inconsciente, se toma a los mayores cuando estos destacan de los demás, ya sea en un deporte o disciplina, como un ídolo o héroe a imitar. 

Evidentemente, Valdyn estaba muy bien en ese papel a sus dieciséis años. Era de los mejores miembros de la Academia, y además por méritos propios. Alto, flexible, de ojos profundos, impregnados con un toque de sabia serenidad, pelo moreno y ondulado, mandíbula fuerte, nariz recta, cejas finas, largas pestañas, piel morena y labios carnosos. 

Destacaba en todos los deportes y disciplinas tanto tácticas como militares. Su sola presencia llamaba la atención. Era inteligente, hábil, diplomático, auto controlado, intensamente leal y siempre fiel a sus princi­pios y convicciones, de grato humor aunque introvertido, impaciente y orgulloso. Representaba todo lo que a uno le gustaría ser y mucho más. Por eso, no era de extrañar que los más pequeños hiciesen todo lo posible por imitarle. Poco a poco Nathan volvió en sí y siguió las explicaciones de Sarah.

—Entonces, una vez descodificada la clave de acceso, entré en la base de datos, copié el fichero y luego lo imprimí. Fue sencillo. 

—Bien Sarah —dijo Valdyn.

—Bien Sarah —repitió a su vez, Han.

—Bien hecho —este era Zore, el hermano gemelo de Han.

Y así las consiguientes felicitaciones del resto del grupo.

Hechas estas, Nathan se puso en cuclillas, se llevó el dedo índice a los labios y, en silencio, estudió el plano. Mientras tanto, el resto del grupo aguardaba, manteniéndose expectante y esperando su decisión. Solamente se escuchaba el rumor de la caída de agua en el estanque. Una suave mano de viento acarició sus caras. Los minutos pasaban y pequeñas gotas de sudor bro­taban de la frente de Nathaniel.

— ¡Lo tengo!

Todos se arrimaron tocándose hombro con hombro.

— ¿Cómo lo haremos? –preguntó Ethne.

— ¡Alcantarillas! —dijo Nathan mientras no perdía de vista el invernadero situado justo detrás del estanque de peces.

Todos le miraron estupefactos, y este se empezó a reír.

—Estás loco. Si nos pillan, puede que nos sancionen y solo falta una semana para volver a nuestras casas —razonó Sarah. 

—Tranquilízate, sé lo que hago —dijo Nathan mientras levantaba las palmas de las manos pidiendo calma.

—No, no creo que sepas realmente lo que haces. Tú y Valdyn deberíais saberlo mejor que nadie —respondió medio encolerizada, Sarah. El resto de cadetes se observaron perplejos.

—Quieres hacer el favor de tranquilizarte —replicó Nathan con impa­ciencia pronta a convertirse en irritación. 

—Valdyn y yo nos graduamos dentro de una semana. Somos los que más tenemos que perder. Asumo toda la responsabilidad.

— ¡Asumo toda la responsabilidad! —le reprochó, Sarah—. ¡Habla por ti mismo!

— ¡Mujeres! a la hora de la verdad siempre se echan atrás —sentenció Nathan mientras lanzaba un imperceptible guiño a Valdyn a la vez que releía una y otra vez el holoplano.

— ¡Maldito armario con patas! 

—Reconócelo querida, estás loca por mis huesos. Vamos, no te dé ver­güenza, estamos entre amigos al fin y al cabo.

— ¡Desgraciado, presumido, fanfarrón, gusano inmundo! Bueno eso sería insultar a los gusanos. Jamás me fijaría en un animal como tú.

— ¿No? —preguntó con beatitud, Nathan.

— ¡NO! 

—Ya, ya. Como diría mi abuelo, puede ser verdad y sin embargo nunca haber sucedido, mi querida niña.

—Pero bueno, ¿quién te crees que eres? ¿Dios? 

—No. Soy su padre.

—Santa diosa Yllanna, no sé cómo te soporto.

—Bienaventurados los que son capaces de reírse de sí mismos porque nunca acabarán de disfrutar de su naturaleza ni de asombrarse —dijo riéndose Nathan.

—Mirad a Don Perfecto, que en vez de cagar mierda como todo el mundo, caga mármol.

—Vaya vocabulario —dijo con disimulada sorpresa Nathan.

—Piérdete.

—Ah, son tantas las mujeres que dicen que no, cuando en el fondo piensan que sí —dijo Nathan mientras estudiaba el plano una vez más y lo levantaba del suelo acercándoselo a los ojos para poder verlo con más claridad. Un blanquecino resplandor iluminó su rostro mientras fingía ignorar a Sarah.

— ¡Idiota, tontorrón, te voy a hacer picadillo!

A todo esto le acompañó una buena lista de tacos e insultos hasta que Valdyn intervino pidiendo silencio por ambas partes.

—Ya está bien Nathan, di lo que tengas que decir, y tú, Sarah, tranquilízate. No disponemos de mucho tiempo y tenemos que tomar una decisión ya, y ruego por que sea la acertada —dijo Valdyn.

—Está bien, haya paz, hermanooooos —dijo Nathan cansadamente—. Además si no quieres venir, no vengas. Si lo prefieres lo someteremos a votación después de escuchar mi plan, ¿os parece bien?

Todos asintieron y Sarah se limitó a alzar orgullosamente la barbilla, aunque no perdía detalle de lo que Nathan decía. 

—Vale, sabemos que atravesar el muro es imposible porque aunque lo consiguiésemos, podríamos salir pero no volver a entrar. Al menos, no sin ser descubiertos. Hasta aquí todo claro —Nathan hizo una pausa y esperó a que todos lo asimilasen. Los cadetes asintieron en silencio—. También he pensado utilizar uno de los conductos de aire que llevan al exterior. Según este holoplano están repletos de ojos ópticos y sensores láser que accionarían la alarma general. Y nosotros no queremos que suceda eso, ¿verdad? Queda excluido intentar coger un helitransporte o un vehículo de avituallamiento. Están fuertemente custodia­dos.

Por último, solo queda el sistema de alcantarillado. Todas las salidas están electrificadas excepto una.

— ¿Cuál? —preguntó Valdyn intuyendo lo que Nathaniel se traía entre manos y no estando seguro de que le fuese a gustar lo que su mejor amigo tenía en mente.

—La del invernadero.

— ¿Por qué? 

—Acaso no sabíais que el actual invernadero era antes un almacén de avi­tuallamiento. Reformado este, la alcantarilla se selló pero no se electrificó porque no se utilizaba. Tiene una cerradura de doble combinación digital muy primitiva y da la casualidad de que la llave está en el invernadero, así que nos va que ni pintado —dijo Nathan—. Primero guardamos los ponchos en el invernadero, con las mochilas. Después dejamos el candado abierto, cuando nos vayamos, volvemos a coger la llave, cerrándola al salir y una vez todo haya terminado volvemos, abrimos, pasamos y cerramos el candado dejándolo todo tal y como estaba, saliendo del invernadero en grupos de tres, caminando directamente a los comedores como si nada hubiese pasado. Es tan sencillo que no puede fallar. No hace falta que lo digáis, lo sé, soy un genio y, como todos, un incomprendido. En serio no me miréis así, no puede fallar. 

Una vez hubo terminado cogió el plano y se lo guardó.

—Y bien, ¿qué os parece?

—Menudo estratega de capirote —espetó Sarah.

—Bien, sometámoslo a votación —contestó con impaciencia Nathan—. ¿A favor? Vamos, vamos sin timidez, pequeños.

Poco a poco las manos de los miembros del grupo se fueron alzando excepto las de Sarah y Valdyn.

— ¿Valdyn?

—Es una locura pero iré con vosotros. Alguien tendrá que cuidar de ti, Nathan —contestó Valdyn con distracción y voz lejana. 

Dicho esto todos se rieron incluidos Nathan y Sarah.

— ¿Y bien, Sarah? —preguntó Nathan.

— ¿Es que soy la única que tiene un poco de sentido común aquí? –pre­guntó Sarah—. Quiero que conste que esta fiesta de despedida nos puede traer graves problemas a todos. Si luego sucede algo, no digáis que no os avisé.

—La voz de la conciencia ha hablado, inclinémonos ante ella. Dicho y hecho. Vox populi vox dei. Adjudicado, la operación fiesta será mañana a las 5:00 horas. Quedaremos en el invernadero a las 4:50 —dijo con una amplia sonrisa Nathan—. ¡Ah, otra cosa! aparte de las mochilas y los ponchos, llevaremos los uniformes de reglamento de la Academia y las armas blancas. Cualquier precau­ción es poca en los tiempos que corren. Ni que decir tiene que tendremos que actuar en equipo. No quiero sorpresas. ¿Queda claro? Bien.

El grupo pareció relajarse al haber tomado una decisión.

—Sarah, aunque estés triste, sonríe. Más vale tener una triste sonrisa que la pena de no volver a saborear la alegría de vivir.

—Yo debo ser tonta —susurró Sarah.

—No es el momento de ser sinceros —dijo Nathan a lo lejos.

— ¡Dioses, me voy a morir! —aulló Sarah.

—No caerá esa breva.

— ¿Por qué queréis salir de la Academia y echarlo todo a perder? Si nos cogen nuestros tutores en Mithra…

—Es nuestra fiesta de fin de curso, una pequeña escapadita. Vamos mujer ¿y tu espíritu de aventura? También hay que disfrutar un poquito de la vida, ¿no? 

Por fortuna, sonó la sirena que señalaba el final del descanso y la reanu­dación de las clases. El grupo se fue acercando lentamente a las filas de sus compañeros y cada uno fue incorporándose a sus clases. Un día de aventuras les aguardaba.































































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