(El conde)
UNA TAZA DE TÉ. (Parte II)
“Millones de volúmenes atestaban interminables corredores subterráneos. Libros, códices, tablas de cristal, plastanio o papiros metalizados de Indha. Su propia mesa de caoba estaba repleta de holoplanos, cuadernos de bitácora, antiguas piedras-psíquicas con el conocimiento de civilizaciones ya extinguidas, cartas 3D activo-vocales, dibujos de luz, microdiscos-guía interactivos y neuro-cristales de información asistida.
Los más variados dispositivos de cultura y cualquier tipo de dato que el Conde pudiera desear. Sin embargo, todo el conocimiento que ahí se albergaba no era suficiente para poder hallar la respuesta a la pregunta que el Conde se hacía una y otra vez. Y a medida que pasaban las horas, su desesperación iba en aumento.
A su espalda, Mesala se hallaba de pie, en silencio, simplemente observando a su Señor. Ambos estaban en el planeta Mederenor, un planeta inhabitado en el que solo había una estación de repuestos y suministro para las tropas del Imperio, y que, sin embargo, ocultaba en sus construcciones subterráneas la mayor y mejor biblioteca del Imperio.
Una excepcional biblioteca desconocida para la mayoría y con acceso restringido a unos pocos, entre los que se encontraban los miembros de la familia imperial. No obstante, el Conde había cambiado las claves desde la muerte del Imperator y la ascensión al trono de Rebecca Sillmarem para impedir que cualquiera de sus enemigos encontrara los archivos de los estudios sobre regeneración celular que le habían permitido elaborar la fórmula del elixir de Vitava.
El Conde era muy consciente del valor de ese conocimiento y por ello lo guardaba con tanto celo, aunque no era eso lo que buscaba en ese momento.
Sabía que su tiempo se agotaba, y que jamás hallaría un plano que le indicara las coordenadas exactas de la situación física del planeta Sillmarem, por lo que se había centrado en explorar las profundidades de la historia antigua para ver si en algún antiguo mapa de las rutas comerciales encontraba algo distinto, o si en los archivos de los reyes imperiales existía algún resquicio que le mostrara el reflejo que necesitaba para saber dónde estaba escondido su preciado elixir.
Si quería ocupar el trono de las dos águilas de platino debía actuar antes de que su joven e inexperto primo, el Príncipe Umasis, hijo de Viktor Raventtloft I y legítimo heredero, fuese nombrado Imperator.
Llevaba diez años en el exilio situando con sigilo sus piezas sobre el tablero, preparándose para atacar, y esta vez no podía permitirse dejar nada al azar. El intercom de Mesala comenzó a parpadear, recibiendo un mensaje.
-Mi Señor, Itsake se halla a la espera -murmuró Mesala sacando al Conde de los pensamientos en los que se había sumergido.
-Que pase -ordenó mientras se levantaba de su sillón.
Itsake era una bella Homofel de cabellos largos y dorados, con unos ojos azules como el hielo, que prestaba sus servicios al Conde desde hacía algunos años. Con sensual paso elástico, la guerrera se detuvo a un metro del Conde, y se puso firme.
-¿Mi Señor?
-Itsake, querida, toma asiento por favor. Mesala tráenos algo de beber.
-Como gustéis, mi Señor –dijo Mesala retirándose discretamente.
-¿Qué deseáis que haga por vos, Sire? –preguntó Itsake.
-Necesito que hagas algo de suma importancia para mí y quiero que lo hagas bien.
-Esa es siempre mi intención, Señor -contestó Itsake.
-Sabes de sobra que debido a una serie de incidentes de nuestro pasado más reciente, en estos momentos no estoy ocupando el puesto que me corresponde en el Imperio, aunque por descontado estoy haciendo todo lo posible para corregir esta incómoda situación. Por desgracia, necesito una pequeña ayuda para alcanzar la fuerza necesaria para llevar a cabo un plan, un modesto y sencillo plan -dijo el Conde con aire especulativo.
-Os escucho Señor.
-¿Te has dado cuenta de lo sorprendente que es cómo el ser humano no es capaz de aprender de sus errores y reincidir en ellos una y otra vez? -preguntó el Conde, pensativo.
-¿A qué os referís?
-Mi querida Itsake, eres tan bella y pareces tan humana que, en ocasiones, olvido que eres una Homofel. Aunque admito que una Homofel extraordinaria incluso entre los de tu especie –dijo el Conde-.Bien… ¿por dónde íbamos? Ah sí, me refiero a los estúpidos que son los hombres, como por ejemplo mis enemigos. Aquellos que creyeron derrotarme y que llevan una década vanagloriándose de su triunfo sin percibir que están cometiendo los mismos fallos que estuvieron a punto de cambiar el destino de la guerra.
-¿Y vos habéis aprendido?
-Por supuesto querida, por supuesto. Yo no volveré a equivocarme, esta vez no dejaré que un exceso de confianza por mi parte, me haga pasar por alto los detalles que desbarataron mis planes en el pasado. Por eso te he traído aquí, y por eso estoy hablando contigo. Necesito que realices un par de movimientos para situar las piezas del tablero justo donde deben estar, donde es mi voluntad que estén -sentenció el Conde.
-¿Qué he de hacer? -preguntó Itsake.
-Preparar a los Koperian para la guerra.
-¿Los Koperian?
-Los Koperian son una raza de excelentes guerreros que espero, en breve, estén listos para actuar.
-No he oído hablar de ellos.
-Ni tú ni nadie. Por ese motivo te he traído aquí querida, a la mejor biblioteca del Imperio, para que aprendas el valor del saber. Tras los desafortunados acontecimientos que ocasionaron mi destierro de Ravalione, me vi forzado a volver a Ekatón, a la que fuera la residencia de mi familia, y ahí descubrí el maravilloso regalo que Valdyn Sillmarem me había hecho.
-¿Regalo? Creía que odiabais al Señor de Sillmarem.
-Nada más lejos de la realidad querida, en absoluto, yo no odio a ese noble muchacho. Sentir odio hacia él implicaría algún tipo de… ¿cómo denominarlo? sentimiento para con su persona, y para serte sincero, en realidad, me es indiferente si vive o muere. Para mí, el Señor de Sill, el Príncipe de azulados mares y elevados principios, es más un inconveniente que hay que eliminar para alcanzar mis objetivos.
-Entiendo mi Señor, entonces ¿qué regalo os hizo ese “inconveniente”? –preguntó Itsake irónicamente.
-El regalo del tiempo, querida. He tenido todo el tiempo del universo para prepararme para lo que se avecina. He estado aguardando mi momento y aprendiendo todo lo que necesito aquí, en este santuario del conocimiento. Aquí es donde averigüe la existencia de los Koperian y de la extraña enfermedad que los hostiga desde sus guerras contra otra raza ya extinta llamada Corláridas, y aquí mismo es donde encontré su cura, una cura parcial que les hace dependientes, lo cual es importante para poder tenerlos controlados. Esa es la ventaja de disponer de recursos ilimitados. El haberles suministrado esa cura durante este tiempo les hace estar en deuda conmigo -explicó el Conde con diabólica sonrisa.
-¿Y dónde…?
-¿Se encuentran? Más allá de las Tierras Vírgenes. Aunque la información de la que disponía era escasa, en estos años he enviado a varios comandos de guerreros para establecer relaciones. Por el momento solo he requerido de sus servicios para realizar unas pocas misiones y de ese modo probar su efectividad. Una de las cuales, por cierto, debe estar ejecutándose en estos momentos. Afortunadamente ya tengo todo lo necesario para actuar, y es ahí donde entras tú, querida. Quiero que les ordenes que preparen el grueso de las tropas para el ataque, como pago por estos años de tratamiento.
-¿Yo? -preguntó Itsake, perpleja.
-¿Quién sino? no te he elegido al azar. Sé que puedes hacerlo. No pretenderás que envíe a ningún estúpido diplomático al que descuarticen a los dos minutos de llegar.
Necesito a una guerrera, alguien que imponga el suficiente respeto como para ser escuchado. Entiende que no puedo enviar a mis Walkirias.
-¿Por qué no, Señor?
-Porque nada de lo que haga puede dirigir las miradas hacia Ekaton. Todas las misiones que he ordenado se han realizado de incógnito. No puedo mandar a mis Walkirias a hacer el trabajo sucio para que todos sepan de mis intenciones. Incluso yo pasé mi primer año de exilio recluido en Thanos gastando ingentes recursos imperiales para poder crear un nuevo prototipo de morfo capaz de engañar a los detectores de ADN. La urgencia de la última guerra y el sigilo con el que se llevó a cabo todo el asunto de la rendición del Imperator, ha impedido que las tropas de Sillmarem puedan vigilarme tan de cerca como les gustaría. Debes comprender que no pueden hacer público el acoso al que intentan someterme sin admitir que sucedió aquello que pretenden ocultar. Si todo el universo se entera de que me vigilan porque deseo recuperar mi elixir, todo el universo sabrá que el Señor de Sillmarem lo ingirió y que ahora es un ser inmortal. Eso es lo que me ha permitido cierto margen de acción. Así que por lo que a los Sillmarem respecta, en estos momentos debo estar con Mesala en alguna representación del Teatro Imperial de Thanos. Si ni siquiera Calígula y Nerón son capaces de distinguirme de mi réplica, ¿cómo van a hacerlo esos ingenuos?
-Se trata entonces de distraer al enemigo, ¿verdad?
-Así es, ¿te ves preparada?
-Es una tarea ardua y delicada, mi Señor.
-Los Koperian son utilitaristas y solo respetan la fuerza.
-Eso es interesante.
-Y con más compensaciones de lo que se puede apreciar a primera vista. En esta nueva partida que comienza, tú serás la dama, así que déjales bien claro quién manda y quién obedece en este acuerdo. Además confío en ti o, siendo más preciso, en los éxitos que has cosechado en el pasado. Después de estos años a mi servicio, sé que eres la más apta para esta misión.
-Sí, mi Señor, será como ordenáis.
-Un detalle más, querida Itsake. Intenta reprimir un poco tu agresividad por esta vez, y no dejes muchos cadáveres a tu paso. Crearía una mala impresión, y no olvides que, por ahora, son nuestros aliados.
-Sí, Señor –respondió Itsake.
-Eres demasiado hermosa para acumular tanta ira, piensa que el autocontrol es la mejor manera de alcanzar el equilibrio. Si completas con éxito esta misión, recibirás más de lo que puedas desear, querida –dijo el Conde mirando con fijeza los gélidos ojos de Itsake. Ahora puedes retirarte, tu transporte espera.
-Sí, Señor. Itsake se retiró, en silencio, presta a cumplir la misión encomendada por su Señor mientras el Conde observaba hipnotizado cómo su figura se alejaba perdiéndose en la oscuridad de aquellos interminables pasillos.
-Bien, únicamente queda aguardar nuestro momento. Antes o después mi victoria será definitiva -murmuró el Conde volviendo a sumergirse en los interminables senderos de conocimiento encapsulado en aquella sala, buscando, una vez más, la localización del planeta Sillmarem.”
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