18 de noviembre de 2009

Épicos momentos de Sillmarem (Parte V)





ÉPICOS MOMENTOS DE SILLMAREM (PARTE V)


BOMBARDEOS



“Si estás unido a la tierra, cuida de que no la corrompan o te corromperás con ella”.

Dhalsem Thagore. 

(La herencia de nuestros hijos)



…Oleadas de cientos de naves Koperian bombardearon las principales ciudades de Sillmarem. Un escuadrón de acorazados marinos de Sill repelió desde la costa varios ataques, sufriendo numerosas bajas, y siendo rodeado con rapidez de espesas columnas de humo negro.

Las fulminantes operaciones de desembarco Koperian, unidas a su gran número de efectivos y lo contundente y devastador de sus bombardeos, aturdió y expulsó de sus posiciones a los Xiphias, que apenas pudieron oponer resistencia en los alrededores de Marelisth.

Una desesperada contraofensiva dirigida desde el sur de Sill fue desbaratada cerca de las islas Kirinos. Los cazas de Ekatón los hostigaban sin cesar, abriéndose un segundo y tercer frente. Por un lado, las fuerzas Koperian, y por otro las Walkirias imperiales

La confusión de la huída de la población civil, bloqueó y dificultó el movimiento de las tropas de infantería de Sill. Diez divisiones de Walkirias marcharon hacia la residencia de Löthar Lakota en las islas Kirinos.

Los Xiphias se retiraban de las cercanías del gran Faro Blanco, incapaces de contraatacar. Muchos guerreros Xiphias, exhaustos, optaron por buscar refugios en las aquaesferas; pocos lo conseguirían. 

Levito-tankes camuflados disparaban a los cargueros Koperian desde las colinas de Sillneria, inflingiendo cuantiosas pérdidas a los invasores. Algunas torretas blindadas saltaron por los aires debido a las descargas de gran potencia de los artilleros Koperian. El asedio a Marelisth se intensificaba por momentos. Infantería blindada Koperian presionaba cada vez más a las escasas filas Xiphias que, en vano, resistían.

Aun así, tres círculos defensivos de contención de brigadas Xiphias, ganaron un tiempo precioso para la evacuación de los heridos y civiles a las playas de Sill, para embarcarse hacia las aquaesferas abisales de seguridad. Infinidad de hidronaves, aquavehículos submarinos y deslizadores de profundidad, hormigueaban frenéticamente en un incesante ir y venir bajo el denso fuego enemigo. 

No muy lejos de la costa, el sargento Sergius Máximus Taxos, avanzaba como podía a través de los escombros. Era un hombre curtido y experimentado, proveniente de una familia de militares marinos de Marelisth, un digno sucesor de sus nobles tradiciones: lealtad, integridad y honestidad. 

Y en ese momento estaba haciendo gala de ello de una manera tan radical como práctica, ya que sus musculosos brazos arrastraban, casi en volandas, a su malherido oficial superior y mejor amigo, Vasili Popaloudis. Ambos habían crecido juntos, demostrándose su amistad en más de una ocasión. Un lejano zumbido les hizo girarse, temerosos. Estaban cerca, muy cerca.

-Nos están dando una buena paliza -gruñó Vasili.

-No hables y ahorra fuerzas, las necesitarás.

-Nos han pillado al descubierto, nunca pensé que pudieran encontrarnos, ¿cómo diablos lo habrán hecho? 

-Qué más da. Ahora lo que importa es buscar ayuda, ¿no crees? 

-Intenté enviar un mensaje de socorro en cuanto vi aparecer las primeras naves, pero nos cortaron los canales de comunicación. No sé si el aviso le llegará a alguien o si van a venir a ayudarnos. Por ahora estamos solos -susurró Vasili con una mueca de dolor.

-Con el grueso de tropas en Ravalione, no podremos resistir mucho tiempo.

-Tenemos que buscar la manera de contactar con Löthar Lakota –dijo Vasili.

-Tú eres el ingeniero en comunicaciones, así que ya estás pensando algo si no quieres que nos frían el trasero.

-La verdad es que nos han pillado completamente desprevenidos -rugió Vasili.

-Nos hemos confiado…

-Estoy agotado, no puedo más.

-Aguanta un poco.

-No voy a aguantar mucho, deberías dejarme morir aquí.

-No hables así ¡En pie, soldado! -increpó Sergius, arrastrándolo un poco más.

-Es inútil, vete, déjame. Si me llevas irás más lento. Tienes que avisar a Ravalione, eso es lo único que importa.

-Eso jamás, ¿me oyes? ¡Jamás! -dijo Sergius tirando de él.

-Me duele mucho.

-Nos falta muy poco para alcanzar la costa. Allí obtendremos un transporte y medicinas. Vamos, sólo un poco más, viejo guerrero -animó Sergius pasándole el brazo por la cintura.

-¿Te acuerdas de nuestra victoria en Ravalione? Aquello fue algo grande, ¿verdad?

-Lo fue, lo fue, ya lo creo que lo fue, le dimos bien al Imperator, le vencimos en su propia casa. Eso no se olvida nunca –dijo, forzando una sonrisa, Sergius.

-Sí, aquello fue algo grande… -dijo Vasili cerrando los ojos, apenas manteniendo la consciencia. Perdía demasiada sangre y Sergius lo sabía.

-Tienes que resistir –insistió Sergius. 

-¿Para qué?

-Nos necesitan, Sill, tu gente, tus hijos te necesitan -dijo Sergius recurriendo, desesperado, a cualquier estímulo para hacer reaccionar a su amigo. 

-Mis hijos, mis hijos, sí… me necesitan. Tengo que salvarles.

-Eso es, eso es, muy bien, un poco más. Ahora nos tomaremos un respiro, en aquel hueco.

-Sí… sí, un respiro, sólo un respiro, mis hijos… 

Su última palabra fue barrida por una intensa vibración que hizo desprenderse una gran pared que a punto estuvo de sepultarlos. Un rastreador les soltó un par de descargas, levantando una pequeña tempestad de fuego rojizo a su alrededor. Sergius se giró y vio, tras la deflagración, cómo su amigo había desaparecido de cintura para arriba.

Un grotesco cuadro que, por un instante, le bloqueó.

Únicamente el atronador zumbido de los disparadores Koperian le hizo reaccionar, echándose a correr calle arriba. Las primeras brechas en las líneas de la costa no tardarían en aparecer frente a la avalancha de asalto Koperian. Los altos mandos Xiphias se quedaron estupefactos con la precisión de los mapas y objetivos logrados por los Koperian. Solo alguien de las altas esferas podía conocer esa información. 

Los cazas Koperian sobrevolaban la zona, detectando en sus monitores cualquier organismo vivo, eliminándolo nada más ser identificado, peinando el terreno e incinerando las posibles fuentes de alimentación o agua de la población.

El sargento Sergius corría entre los escombros, sintiendo cada vez más cerca el zumbido de los motores de la patrulla Koperian que le perseguía con especial saña. Ante su obstinación por sobrevivir a los ataques, despedazaban cualquier cosa que aún se mantuviera en pie por los alrededores.

El Xiphias, tan sudoroso como desesperado, corría disparando las últimas cargas de su rifle de asalto, y una vez lo hubo agotado se deshizo del mismo en plena carrera, ocultándose tras algunos tramos de pared aún no derruida. Sabía que eso no le ocultaría de los detectores térmicos, pero necesitaba un respiro. 

El oscuro rastreador peinó la zona, soltando potentes descargas de sus lásers. El Xiphias se limpió el polvo de la cara y, entre estornudos, continuó la carrera, desembocando en una plaza rodeada de edificios semiderrumbados. Sacó su pistola de reglamento y disparó certeramente a la cabina del rastreador, pero su arma, al ser de menor potencia, sólo hizo unos rasguños sobre el cristal blindado.

Desesperado, les tiró el arma con el cargador vacío; un disparo de una de las torretas de ataque le hizo saltar hacia atrás. Sabía que iba a morir, que no tenía escapatoria, así que, con toda la rabia de su alma cogió una piedra y la estampó contra la cabina de pilotaje.

Los Koperian le observaban sorprendidos. Estaba derrotado, pero no superado. De rodillas, el Xiphias buscó otra piedra comprobando, de reojo, cómo dos rayos de luz cruzaban ambos lados de la calle, convirtiendo en fuego y partículas incandescentes al rastreador Koperian. 

La onda expansiva lo arrastró con violencia tirándolo de espaldas, y poco le faltó para morir desnucado. Aturdido, le costaba asimilar lo que había sucedido. Se tambaleó, sin poder apartar su mirada de los llameantes restos a sus pies. Una voz le arrancó de su estupor:

-¡Ponte a cubierto si no quieres perder el culo, soldado!

Aquella voz lo hizo reaccionar, haciéndole continuar la carrera. Para su sorpresa, unos cuantos metros más adelante, escuchó el llanto de un niño y, perplejo, giró la cabeza, buscándolo. Un bulto atrajo su atención, se acercó, y tiró de una parte de él. Una mano lo sujetaba aún, comprobó que no tenía pulso, y terminó por sacar a aquel pequeño. Sergius se quedó mudo de sorpresa al ver la suave piel sonrosada del bebé, el cual comenzó a llorar a pleno pulmón. 

-No llores o nos descubrirán, pequeño soldado -dijo Sergius, cogiéndole lo mejor que podía-. Y ahora, ¿qué voy a hacer contigo? No puedo dejarte aquí…

El pequeño empezó a llorar más fuerte aún.

-Shsss, calla, por la bendita Dama, no seas cabezota. Está bien, está bien, ya veo que eres tan cabezota como… ya sé cómo te llamaré, te llamaré Vasili.

Con una súbita inspiración, el sargento Sergius comenzó a tararearle una canción de cuna que en más de una ocasión había oído cantar al que fuera su mejor amigo. La canción pareció ejercer un efecto relajante en el pequeño, haciendo que se durmiera. Sergius aprovechó para arroparlo con su chaqueta y sujetarlo a su pecho, llevándoselo rumbo a la costa, para encontrar un futuro mejor para él y el bebé. La guerra continuaba en las calles de Marelisth… 








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