20 de abril de 2019

Ivilet



 
(Ivilet)



IVILET





“Conociendo nuestros orígenes no solo sabremos de dónde venimos, sino a dónde vamos y qué podremos ser”.


Ivilet Nun Soriet. 

(La belleza de nuestras raíces)


— Acompañadme, os lo ruego.

Stephan Seberg extendió su mano invitando a Navinok a seguirle; éste asintió con cortesía. Salieron del despacho y caminaron por amplios corredores; Stephan iba apenas unos pasos por delante de su huésped, sabedor de que en aquel instante las palabras estaban de más. La sorpresa inicial de Navinok dejó paso, casi desapercibido, a una legítima curiosidad. Llevaba mucho tiempo buscando respuestas e, inesperadamente, las iba a encontrar todas. Era algo difícil de asimilar para alguien tan habituado como él a luchar duramente por cada miga de pan que se llevaba a la boca; era tan fácil que daba miedo. Su curiosidad se dejó solapar por la preocupación cuando empezó a darle vueltas, quizás anticipadamente, a sus posibles reacciones. ¿Y si no me gusta lo que escucho?, ¿cómo reaccionará al verme esa mujer?, ¿y cómo reaccionaré yo? pensaba con ansiedad. Una ansiedad que esperaba no le jugase una mala pasada. Sabía que, tal vez, las cosas que durante años había dado por supuestas no eran más que invenciones suyas, invenciones que se podían desplomar cual frágil castillo de naipes si sus temores se confirmaban. Estos pasillos son interminables.

Por fin, Stephan se detuvo frente a dos enormes puertas de madera, y apoyó su mano en el pomo girando un poco la cabeza.

— No tengáis ideas preconcebidas, no creo que se cumplan— aconsejó Stephan con una enigmática sonrisa, mirando de reojo al guerrero. 

Cruzaron el umbral de una habitación cálidamente decorada con finas tallas de madera; el aura de luz crepitante de una chimenea encendida jugaba con las sombras y rasgos de una figura que se hallaba sentada en un levita-sillón, enfrascada en lo que parecía una lectura de lo más interesante; una taza de té de Indha humeaba sobre una mesita a su lado. Al entrar, Navinok pudo comprobar cómo aquella mujer levantaba la mirada y cerraba el libro de golpe. Al parecer, él no era el único que estaba nervioso. 

— ¿Ivilet?— susurró Stephan.

El levita-sillón se giró; Navinok pudo apreciar a aquella hembra humana comprendiendo, al instante, por qué Stephan le había sugerido que no albergara ideas preconcebidas. Jamás habría podido adivinar cómo era, en realidad, aquella mujer. Era pequeña, de apenas un metro sesenta de estatura, extremadamente delgada, con un aspecto que se podía definir como frágil, pero con unos ojos verdes brillantes que dejaban entrever la fuerza que se escondía en su interior. Ivilet se levantó con decisión y se acercó a Navinok. A Stephan le divirtió aquella pintoresca imagen; esa mujer apenas llegaba a la cintura de Navinok, incluso hubiera jurado que no abultaba más que el brazo del Homofel, y no obstante, con solo una mirada, consiguió el respeto de aquel enorme guerrero.

— Señora os presento a…— fue a decir a Stephan.

— Navinok. No es necesario que me lo presentéis mi Señor Premier, sé quién es.

— Os dejaré a solas, tenéis mucho de qué hablar— añadió Stephan despidiéndose a la manera Rebelis. 

Antes de salir de la habitación, Navinok se acercó a Stephan y apoyando su mano en el hombro dijo:

— Nunca lo olvidaré, Señor.

— No es necesario agradecérmelo. Y podéis llamarme Asey— respondió mientras cerraba la puerta, sonriente. Una vez la hubo cerrado, Navinok se giró y se quedó mirando a aquella diminuta mujer, sin saber muy bien qué decir.

— Vaya Navinok, veo que sigues tan callado como siempre. Hay cosas que no cambian. Acércate, por favor, ven aquí y siéntate a mi lado –dijo, con voz resuelta, Ivilet. 

La familiaridad con que lo trataba desconcertó por unos instantes a Navinok pero, aun así, obedeció. Era evidente que sabía muchas cosas sobre él, parecía que le conocía bien. Por el contrario, él no recordaba nada de ella.

— Me imagino que tendrás muchas preguntas que hacerme, ¿no es así?

— Lo es.

— ¿Eres consciente de la posibilidad de que no te gusten las respuestas que te voy a dar?

— Lo soy.

— Únicamente podré decirte la verdad, y nada más que eso, ¿estarás satisfecho así?

— Lo estaré. 

— Entonces, sea pues. Acércate, por favor, déjame que te vea— pidió Ivilet con suavidad, admirando con orgullo la espectacular figura de Navinok.

— Hay, hay muchas cosas que quiero saber— interrumpió Navinok con brusquedad sin poder evitar que se notara su excitación.

— Siempre fuiste muy curioso— dijo sonriente Ivilet-. ¿Cuáles son esas cosas?

— ¿Por qué nos creasteis?

Ivilet bebió un sorbo de té, y suspiró.

— Vaya, esa no es una pregunta fácil de responder, así que, si te parece, empezaré por el principio.

Navinok asintió en silencio.

— La respuesta más obvia sería decir que os creamos porque podíamos hacerlo, aunque las cosas no son tan sencillas. Mucho tiempo ha pasado ya desde que comenzamos el proyecto X2T, y mucho más desde que empecé a pensar que erais algo más que el fruto de mi imaginación. Hace años trabajaba en los laboratorios de genética avanzada del planeta Iptu; nos dedicábamos principalmente al cruce genético de razas animales con la finalidad de mejorar las capacidades de cada especie; Una noche, después de culminar una agotadora jornada de trabajo, mi equipo y yo estábamos viendo la programación de holovisión; recuerdo una noticia que me impactó profundamente –dijo Ivilet como intentando recuperar aquellas imágenes de su memoria-. Una hidronave cerca del mar de Siar se había hundido con más de mil doscientas personas a bordo, y solo sobrevivieron seis. Recuerdo con nitidez la visión de los cadáveres, muchos eran niños. Le comenté a mis compañeros que si hubieran tenido branquias se habrían salvado, y que era lamentable que nosotros fuéramos capaces de mejorar a un animal, y no nos molestásemos en mejorar al hombre. Aquello despertó la hilaridad de algunos de mis camaradas, pero no de todos. La verdad es que no sé quién habló con quién o por qué les pareció interesante esa idea, pero una semana más tarde me encontraba dando explicaciones ante el Gran Consejo de Septem sobre la viabilidad del proyecto y los recursos necesarios para llevarlo a cabo. Antes de poder asimilar aquella oleada de acontecimientos, estaba con mi equipo en Jurak-7, con financiación ilimitada y todos los medios a mi alcance. Así fue como empezó todo.

— ¿Y después?

— Los fallos en las investigaciones previas eran para mí de lo más evidente. Hasta aquel momento sus científicos únicamente buscaban animales con capacidades humanas. Yo, por el contrario, buscaba humanos con capacidades animales. No hay que olvidar que cada especie se ha adaptado a su entorno para sobrevivir, incluso en las condiciones más duras. Crear seres humanos capaces de vivir bajo el agua o incluso capaces de volar, era el salto evolutivo que la raza humana debía dar. 

De ese modo, nuestra capacidad de adaptación mejoraría notablemente. Por desgracia, mis intenciones y sueños nada tenían que ver con las del Gran Consejo.

— ¿Por qué?— preguntó Navinok con mucho tacto, sin ocultar su interés ni perder detalle de lo que aquella mujer decía.

— Yo quería mejorar al hombre, y ellos querían crear mejores soldados para someterlos según sus intereses y caprichos. Querían un ejército más fuerte, más violento, un ejército invencible— murmuró con amargura.

— De ser así, ¿por qué seguisteis en el proyecto? –preguntó Navinok observando cómo Ivilet se agitaba nerviosa en su respaldo.

— Supongo que sabía que aunque yo abandonase, mi trabajo seguiría sin mí, y mi ansía por saber si éramos capaces de lograrlo me hizo permanecer allí. Era el fruto de muchos años.

— De ser cierto, sois tan culpable como ellos.

— No te falta razón. Aunque intentase negarlo me temo que es así. No puedo ni quiero eludir las responsabilidades de mis actos, nunca lo pretendí, pero es importante que conozcas toda la historia para que encajes las piezas que faltan en tu rompecabezas.

— Continuad, por favor.

— En un principio estábamos ilusionados ya que las posibilidades eran infinitas, pero, poco a poco, fuimos centrándonos solo en algunas especies. Mentiría si dijera que durante ese proceso no cometimos auténticas aberraciones, aunque eso no nos impidió continuar. Con el tiempo se fueron definiendo los primeros Homofel, capaces de soportar mejor el frío y el calor, más fuertes, más elásticos y con mayores capacidades cognitivas. En definitiva, mejores. Lo malo era que, a la par, surgieron los primeros problemas como un excesivo sentido de la territorialidad que provocaba luchas entre vosotros. Trabajamos mucho para evitar esos fallos mejorando la capacidad cerebral. Estuve meses sin apenas descansar, repasando los códigos genéticos para crear un prototipo perfecto, y entonces… 

— ¿Entonces?— preguntó Navinok completamente atento, asimilando aquel flujo de información. Por primera vez en su vida estaba escuchando los verdaderos motivos de su existencia y no sentía que fuera un instrumento creado para la lucha. 

— Entonces naciste tú –respondió Ivilet con orgullo-. Desde el principio supe que eras diferente, que eras especial. Los protocolos de seguridad nos impedían acceder a los campos de adiestramiento, estar en contacto con vosotros, jamás me dejaron acercarme a ti, pero puedes estar seguro de que estaba allí. Pasé largas horas observándote a través de las levito-cámaras, viendo cómo te adaptabas, cómo estudiabas tu entorno. A veces me daba la sensación de que notabas mi presencia, claro que supongo que era mi deseo de que fuera así. En aquella última etapa empecé a plantearme la posibilidad de abandonar. 

Cuanto más tiempo pasaba observándote, más me daba cuenta del error que habíamos cometido. Quería crear seres humanos perfectos y, en realidad, lo que estaba haciendo era crear… esclavos. Usados como carne de cañón para el mayor de los negocios.

Una sombra de dolor cruzó la mirada de Ivilet. 

— Para la guerra— concluyó Navinok.

— Sí, para la guerra— asintió Ivilet-. Así que no podía, no quería dejarte ahí. Conocía la existencia de los microchips que lleváis implantados para evitar las fugas; una cápsula de veneno que se activaba al instante de recibir la señal de vuestros vigilantes; un sistema tan cruel como eficaz. No estaba de acuerdo, pero como ya te he comentado, no me dejaban acceder a los campos de adiestramiento.

— Puedo arreglármelas solo.

— De eso no me cabe duda. Por desgracia, no todos en el proyecto estaban a favor de que fuerais más inteligentes, ya que ello os hacía plantearos las cosas y podríais llegar a exigir vuestra independencia. Comenzaban a temeros sin saberlo, lo consideraban un serio inconveniente. Os habíais convertido en una amenaza, y para colmo de males el incendio…

Ivilet hizo una pequeña pausa para tomar otro sorbo de té.

— Lo recuerdo— dijo Navinok mostrándole la cicatriz de su brazo. 

— ¿Y recuerdas lo que sucedió después? Aquel día salvaste a muchos de los de tu raza, y por ello te llamaron garra de fuego, pero no fue lo único que conseguiste. Le diste al resto de los Homofel una razón por la que luchar, unidos, por sus vidas y su libertad. Muchos fueron los que murieron para que tú vivieras— explicó Ivilet con orgullo. Su mirada chispeaba de regocijo.

— Sé que había todo tipo de dispositivos espía, ¿por qué no fueron a por mí?— preguntó Navinok, extrañado. Era algo que se había planteado más de una vez.

— Porque no podía permitir que te encontraran, a ti, mi mejor creación. Borré los archivos, eliminé cualquier rastro que pudiera dar pistas sobre tu identidad, sabedora de que eso no sería suficiente. No se detendrían hasta eliminarte— razonó Ivilet muy segura de lo que decía-. Si hubiese intentado sacarte de aquel maldito lugar, habrían conectado tu microchip de seguridad, falleciendo al instante. Tenía que buscar otra opción así que, Investigando, descubrí algo sorprendente. El embajador de Septem, Slava Taideff, iba a llevar tres ejemplares de Homofel para mostrarlos en Ravalione, la capital del Imperio. En un principio su intención era trasladar consigo prototipos beta de Homofel, pero logré manipular los archivos para que os llevaran a vosotros, y como para el traslado había que sedaros, pude acercarme e inutilizar las cápsulas de veneno. Además, los otros ejemplares que seleccioné para ir contigo eran aquellos con los que te veía más cercano. Por desgracia, solo podíais ir tres, y muchos se quedaron en los campos de adiestramiento. Lo hice así porque sabía de tu afinidad por una hembra… 

— Kariska –interrumpió Navinok. 

— Exacto. Y un macho al que te unía una profunda amistad.

— Sabaseny.

— Creí que, quizás, al salir de Jurak-7, tendrías una posibilidad de escapar. Por fortuna, no me equivoqué y conseguiste ser libre.

— Entonces fuisteis vos, ¿vos me salvasteis la vida? Eso aclara muchas cosas que para mí han permanecido oscuras durante estos años.

— Era lo menos que podía hacer por ti después de haberte condenado a ser un esclavo. Si conseguía que, al menos, alcanzaras la paz, habría resarcido parte del sufrimiento que te provoqué.

— Entonces, estamos en paz.

— Nunca podré estar en paz ni contigo ni conmigo. Nunca me arrepentiré bastante de mis errores, lo cierto es que aún hay muchos que siguen allí, condenados a la esclavitud.

— ¿En Jurak-7?

— Sí. Tiempo después de que declaraseis vuestra libertad se modificaron los protocolos de seguridad. La idea en sí, era que las siguientes camadas de Homofel nacieran con alguna enfermedad genética que no les impidiera ejercer sus obligaciones en la lucha, pero que les hiciera dependientes del tratamiento. Una forma sutil de perpetuar vuestra esclavitud y de impedir cualquier intento de independencia. Fue en ese punto de no retorno cuando abandoné el proyecto. Debo decirte que os creé con un sistema reproductor completo para que pudierais desarrollaros y evolucionar por vosotros mismos, aunque cuando me fui era algo que estaban cambiando. Su idea básica era que si no había reproducción no se desarrollaría el apego. Buscaban castraros emocionalmente.

— Bastardos.

— Tienes que entender que dentro de vuestra raza hay muchas variantes, muchos cambios que se han realizado en base a la experiencia previa. Crear un buen soldado no es sencillo, y algunos de vosotros sois pruebas, prototipos.

— ¿Pruebas? ¿Eso es lo que somos? –preguntó Navinok con amargura.

— Para ellos sí. Tú eres lo que llamábamos un ejemplar alpha. No solo eres fuerte y ágil, también eres inteligente, capaz de aprender y de razonar. Hay otros que pueden ser muy sanguinarios y crueles. Quieren conseguir al asesino perfecto y no se detendrán ante nada para obtenerlo. Para ellos sois mercancía y valéis lo que paguen por vosotros.

— Ahora entiendo los problemas que hay en Liberniare.

— ¿En vuestro planeta? ¿Hay luchas? 

Navinok asintió. 

— Supongo que esa es vuestra herencia humana. Al fin y al cabo el hombre no ha dejado de autodestruirse desde sus orígenes.

— ¿Cómo podría detenerlos?— preguntó Navinok con resolución.

— Sabía que dirías algo por el estilo. No esperaba menos de ti— respondió Ivilet, sonriente-. Si en verdad quieres y estás dispuesto a hacerlo, debes destruir las torres biónicas. Yo te diré cómo. El rombocom que te ha entregado Asey tiene las instrucciones que debes seguir para que puedas concluir con éxito esta empresa personal que puede significar no solo la liberación de tu raza, sino de otras especies racionales creadas allí. De ti depende el otorgarles la libertad, tú decidirás en última instancia.

— Bien, voy a destruir la torres biónicas. Impediré que sigan experimentando con nosotros –sentenció Navinok incorporándose.

— ¿Ya te vas? Si apenas acabas de llegar –preguntó, sorprendida.

— Esto es muy importante. Cuanto antes empiece, antes acabaré con esta pesadilla.

— Entiendo, pero espero que volvamos a vernos. Me gustaría saber algo más de ti, saber cómo te van las cosas.

— La verdad es que tengo dos hijos y sigo emparejado con Kariska. 

— Me alegra oírte decir eso. Ojalá la nueva generación de Homofel no lo tenga tan difícil como la anterior. Supongo que eres feliz, ¿verdad?

— Lo soy, y lo seré más cuando vea libre a mi pueblo. Ahora debo irme. 

— De acuerdo –dijo Ivilet-. Ten cuidado y… suerte.

— Gracias –respondió Navinok dirigiéndose hacia la puerta.

— Navinok, espera –dijo Ivilet justo antes de que el guerrero alcanzara la puerta. 

El Homofel se detuvo, se giró, y esperó a que aquella mujer se le acercara. Cuando estuvo a su lado, le hizo un gesto para que se agachara y así poder hablarle al oído.

— Gracias por enmendar mis errores. Siempre estaré en deuda contigo –susurró apoyando su diminuta mano sobre el rostro de Navinok, que la miró a los ojos y asintió en silencio, para después marcharse sin volver a mirar atrás. 

Ivilet se quedó un rato pensativa, reanudando la lectura de su libro con una sonrisa en los labios. Una novedosa sensación de paz inundó su ánimo y le gustó. 




















































































































No hay comentarios: