14 de mayo de 2009

ESCENAS DE SILLMAREM (El Koperian)







EL KOPERIAN.





“Mira a tu alrededor, si todo es muerte, sangre y desolación y te preguntas dónde está la esperanza, mira en tu interior y hallarás la respuesta”.

Stephan Seberg.

(La caída de Zaley-te)



Rebecca, tal como le había sido enseñado, hizo un uso psicológico e hipnoterapéutico de su consciente, sabía que su subconsciente poseía todos los recursos para solucionar cualquier problema psicosomático. Tal como le había dicho una vez Noah Salek sobre esta antiquísima ciencia.

Rebecca utilizó una de las técnicas enseñadas por su antiguo magister-tutor, Noah Salek. Se indujo una hipno-anestesia local en su hombro derecho que disminuyó su dolor. Su mente se volvió más lúcida, relajada y concentrada.

Se sentía aliviada, manteniendo así la ficción de que no había sufrido alteraciones en su físico. Expelía e inspiraba constantemente de su boca de forma rápida y funcional, en un amplio ritmo, el oxígeno que necesitaba.

Siguió corriendo por un campo que, como un abanico de césped en pendiente, se extendía en terciopelo verde hasta pequeñas columnas de mármol, bordeado de ornamentales arbustos con flores carnívoras de variados coloridos.

A lo largo del lado este del jardín, corría un riachuelo que manaba de algún lugar en lo alto de las montañas y fluía velozmente hacia el lejano valle, uniéndose mediante algunas de sus ramificaciones, al río Loft.Rebecca maldijo silenciosamente a la mano ejecutora que la sacó de aquellos días de estudio y aprendizaje en Portierland. Incluso después de muerto, el Imperator y su legado seguían siendo temibles, pensó.

Junto a la compañía de buenos amigos, un poco de trabajo en el jardín botánico y sus invernaderos, una botella de vino para acompañar la cena y, tal vez, algo de música a última hora de la noche, su vida era una vida cómoda, agradable y en familia, que no se veía alterada por los angustiosos excesos del mundanal ruido ni los urgentes retos de la actividad profesional.

Su futuro ya había sido decidido antes de que naciese, pues el puesto que desempeñaba en la casa de Portier era hereditario y había permanecido en su familia por generaciones. Al ser la primogénita, al igual que su primo Valdyn, su elevación a la jefatura de estado había sido una certeza durante toda su infancia.

Rebecca se había preparado para el cargo, instruyéndose en el arte de saber gobernar, desde el principio sin poner ninguna objeción, aunque en sus comienzos el duro adiestramiento y la férrea disciplina habían sido un serio problema para ella, un problema que resolvió, hacía mucho tiempo, con la inestimable ayuda de Noah Salek.

Notó cómo sus palmas ensangrentadas se inflamaban, la tierra por donde pasaban ahora estaba blanda, sonaban ruidos entre las sombras, pisadas, susurros y sonidos naturales menos reconocibles. Tenía un sabor amargo en la garganta.

Entró por un pequeño camino donde, de nuevo, otro pasillo se cruzaba con el que ella estaba recorriendo. Paseó la mirada tan meticulosamente como pudo de un extremo a otro del pasadizo abovedado, viendo una enorme puerta de madera remachada con hierro de unos cinco metros de altura que daba a los pequeños jardines círculo del Bosque Azul. Éstos eran el corazón del bosque.

Las puertas estaban abiertas, por un instante dudó, pero siguió corriendo logrando cruzarlas sin ningún percance. No había tiempo para dudas, la oscuridad del pasillo, apenas atenuada con luces parpadeantes, le sopló parte de su gélido aliento, olía a moho y humedad, el frío la atenazaba hasta el tuétano de los huesos y le rechinaban los dientes.

Buscó frenéticamente la salida con la mirada hasta que la encontró. Salió cruzando una pequeña arboleda de pinos, incrementando su velocidad de marcha, acelerando su ritmo hasta el límite. Giró la cabeza viendo cómo, de la oscuridad, sólo provenía una gélida brisa. Ahora, sobre el terreno, los matorrales eran masas sin forma ni color en las que acechaban espinas y ramas afiladas.

La rabia parecía convertir su sangre en fuego, en ese instante estaba sola. El juguete de los dioses, como le llamaba Valdyn, el elixir de Vitava, era lo que había ocasionado tanta desgracia, pensó.

Unos desgarradores alaridos de dolor y miedo procedentes del bosque atravesaron el silencio de la noche como una espada, y los recuerdos agridulces de Portierland se encaramaron a su mente causándole un profundo resquemor en el alma. El hombre a quien el dolor no educa, será siempre un niño, reflexionó.

Observó la sanguinolenta flor escarlata de su hombro envenenado. Sus Homofel de guerra poseían todo tipo de implantes especiales que aumentaban sus extraordinarios y aguzados sentidos. A la vista infrarroja e hiperdesarrollado olfato se les podía añadir un micro audífono digital que mejoraba notablemente la calidad auditiva, denominado sensiaudio.

Con menos de un gramo de peso, el ingenio contenía un microordenador que realizaba millones de operaciones por segundo, y analizaba al instante las frecuencias que el hombre podía oír y las que ignoraba. De este modo, la prótesis o implante auditivo era capaz de discernir entre el ruido ambiental, animal y la palabra, mejorando y amplificando la señal de cada una.Además, un nano procesador corregía los posibles acoplamientos de sonido y regulaba de manera automática el volumen del aparato, terminando por transmitir toda la información a un servo-comunicador que traducía, en palabras, dicha información a su superior.

Rebecca atravesó una hilera de árboles centenarios, dándose de bruces con una escena sobrecogedora. Aquel enorme intruso, con lo que parecía una alargada vara con dos cuchillas circundadas de verde energía en sus bordes, seccionaba miembros de Homofel a diestro y siniestro, éstos lo tenían acorralado y estaban cada vez más furiosos, era el guerrero más grande que había visto en su vida, su extraña armadura negra estaba repleta de extrañas talladuras y dibujos.

Mientras seccionaba el brazo de uno de sus Homofel, embistió con su hombro a otro terminando por clavar aquella vara en el corazón de otro guerrero.

Si el guerrero continuaba con vida era porque Rebecca había insistido en que lo quería vivo y, ya que no podría escapar, estaba haciendo una auténtica carnicería. Por más que buscaba, Rebecca no encontraba señales de su hijo, estaba desesperada pues era el último de los intrusos y si él no lo tenía, no sabía dónde podía estar.

En ese instante, dos azuladas esferas de luz de la altura de dos hombres, brotaron a ambos lados del guerrero oscuro, desplazando, sin causarles daños, al resto de Homofel.

Frente a frente, dos Itsos con sus armaduras doradas, se enfrentaron al guerrero descargándole con sus tridentes una descarga que lo hizo levitar y lo desarmó. Algo parecido al pánico cubrió su rostro, se retorció furioso de dolor cayendo al suelo con un pesado árbol recién cortado.

Rebecca se acercó a él con presteza pudiendo comprobar cómo, a su espalda, llevaba adosado lo que parecía ser una cápsula criogénica de sostenimiento vital.

En su interior, el rostro de su hijo permanecía como en un estado de hibernación, flotando en una especie de líquido amniótico. Se abalanzó con desesperación siendo detenida en seco por uno de los Itsos.

-Nada puedes hacer Andala. Si lo tocas, tu hijo morirá. Nosotros nos ocuparemos de él, volverá a ti sano y salvo muy pronto, confía en nosotros como en su día confiamos en ti Andala "Anillo de la unidad" -dijo el Itso.

Rebecca asintió, sintiendo la agonía en su alma, cuando alguien apoyó la mano en su hombro. Se giró encontrándose con las facciones de Nika Corintian.

-Hazles caso Rebecca, nuestro hijo volverá a ti.

-Podéis iros -dijo Rebecca.

Los Itsos desplegaron otra esfera de energía desapareciendo junto al cuerpo del extraño guerrero y el hijo de Rebecca.

-¿Qué era ese extraño guerrero? Nunca lo había visto –dijo Rebecca.

-Es un Koperian -respondió Nika en voz baja.

-¿Y qué significa eso?

-No lo sé, pero sea lo que sea no presagia nada bueno.

Lo que más asustó a Rebecca no era lo que Nika le había dicho, si no el pánico que éste parecía traslucir de su voz. Sus detectores de ADN daban a aquél ser como desconocido.

































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